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Adela Celorio

Terminadas las vacaciones de verano, el año se precipita rápidamente y los acontecimientos se suceden sin darnos un respirito. Por la pantalla de mi tele vi pasar el Informe Presidencial y ahora veo pasar los comentarios que inevitablemente me recuerdan otras épocas.

Al día siguiente de lo que era un solemnísimo ritual en el que nadie trabajaba para poder escuchar el Informe del Presidente en turno, lo acostumbrado era que las páginas de los periódicos chorrearan una melcocha que embonaba perfectamente con los patrones culturales de una ciudadanía que había aprendido a capitalizar la lambisconería y conocía la imposibilidad de tocar la sagrada figura presidencial o a la de su familia ni con el más suave pétalo de la crítica.

La costumbre era aplaudir y con frecuencia hasta vitorear al presidente aunque no estuviéramos ni lejanamente de acuerdo con sus atropellos. Como un ejemplo clarísimo de esos erráticos comportamientos, basta recordar el entusiasmo con que se aplaudió a López Portillo cuando en los últimos cinco minutos de su mandato y en un sorpresivo acto de prestidigitación, se sacó de la manga la estatización de la banca.

Fue un golpe bajo y nos llevó un buen tiempo empezar a entender la magnitud del Decreto y de lo que éste significaría para los mexicanos, que hasta el día de hoy, seguimos pagando las consecuencias.

Noqueados y todo, los asistentes al último Informe de López Portillo lo aplaudieron a rabiar y poco faltó para que lo sacaran en hombros. Para cuando nos encontremos usted y yo en estas líneas, en uso y abuso de la libertad que hemos conseguido, todos estaremos comentando el Informe de Presidenfox.

Yo, como ya lo he dicho, creo en mi Presidente y reconozco que tiene ante sí grandes problemas aunque tengo también la seguridad de que habrá de resolverlos con sensibilidad, con energía e inteligencia. No me queda duda de que tiene un claro proyecto de nación y que a pesar de la fuerte resistencia al cambio que ha tenido que enfrentar, estamos en el camino correcto.

Dejo a los analistas un examen más concienzudo y yo prefiero recordar la solemnidad con que se llevó a cabo el primer Informe Presidencial que registra mi memoria.

Estrenábamos la primera televisión y aquella mañana, papá convocó a la familia alrededor del aparato que traía hasta la sala de la casa el último Informe de don Adolfo Ruiz Cortines a punto ya, de entregar las riendas del poder al licenciado Adolfo López Mateos. “Es un lujo poder ser testigos de un acto tan relevante” dijo papá, que se sentía muy orgulloso de su tele.

Y, como cualquier sugerencia de él era una orden, tuve que quedarme sentada y en silencio durante la eternidad que duró la danza de los millones. Era yo una anciana cuando por fin el Informe terminó con el besamanos acostumbrado y don Adolfo salió entre abrazos y calurosas felicitaciones de acuerdo a los usos y costumbres de su partido. Yo por mi parte, aproveché los comentarios de los mayores para escabullirme y volver a observar las hormigas que laboriosas trabajaban en el jardín. Bien diferentes son los usos y costumbres de hoy, concretamente en este momento en que el Informe llega arropado en una crítica ácida y sistemática.

¿Tendrá sentido seguir golpeando así nuestro Presidente? Yo prefiero sumarme a él con el entusiasmo y confianza que necesita de nosotros.

adelace@avantel.net

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