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Nuestra Salud Mental /

Dr. Víctor Albores García

La grandiosidad, la enorme necesidad de ser admirados o admiradas y la falta de empatía para comprender y relacionarse con los demás, son tres de las características principales de un individuo que presente el trastorno de personalidad narcisista. Se trata de sujetos que sobre valoran sus habilidades y exageran o distorsionan sus experiencias positivas y sus logros, al grado de llegar a la fanfarronería y las pretensiones desmedidas, con la creencia de que los demás los valoran de la misma manera. Se consideran a sí mismos como superiores, especiales y únicos, con necesidades y dotes especiales que sólo pueden expresar y compartir con personas de su mismo nivel, que naturalmente, también son especiales, únicos y “perfectos”. Constantemente sueñan con fantasías de éxitos ilimitados, de poder, de brillo, de belleza, riqueza y amor idealizado que los hace compararse siempre con personajes famosos y privilegiados. Debido a la fragilidad de su autoestima, se trata de personas que requieren de una constante y excesiva admiración de los otros, por lo que la buscan directa y frecuentemente sin tapujos, en forma de alabanzas, piropos, halagos, adulación y de un trato especial que se les brinde a su llegada, que cuando no lo reciben les causa una gran irritación y decepción.

Son individuos que muy fácilmente devalúan a los demás, porque no tienen un sentido verdadero de la empatía o respeto, de manera que se les dificulta reconocer los deseos, necesidades y sentimientos de los otros.

Es por ello que generalmente hablan en forma exclusiva de ellos mismos, halagándose a la vez que presumiendo; y por lo tanto se impacientan con las conversaciones, los problemas o las interrupciones de los demás, que para ellos no son de ninguna manera relevantes. Estos rasgos por lo mismo, los llevan a una constante situación de envidia de los logros de los otros y a una posición de arrogancia y explotación. Son ellos precisamente quienes forman una excelente mancuerna con los sujetos que tienen un trastorno de personalidad dependiente. Esta combinación de personalidades se puede ilustrar de una manera muy clara y convincente en los múltiples ejemplos que encontramos en nuestros círculos políticos y administrativos gubernamentales, como se mencionaba la semana pasada.

En el fondo, estos sujetos con personalidad narcisista también son portadores de una baja y frágil autoestima, con una enorme sensibilidad a la crítica o al fracaso, que sin embargo, no pueden mostrar abiertamente.

Tales experiencias en las que se sienten criticados o que han fracasado, fácilmente pueden arrastrarlos al aislamiento social o a reaccionar defensivamente con rabia o desafío. Debido a esa gran necesidad de la constante admiración de los demás, pero que a la vez son devaluados al no considerarlos a su mismo nivel, sus relaciones personales se deterioran fácilmente y también pueden conducirlos al aislamiento y a la depresión. Además, hay que tomar en cuenta que a estos individuos les es también sumamente difícil lograr un nivel de intimidad con otras personas, y su capacidad de amar es muy limitada.

En contraste, los sujetos que padecen de un trastorno de personalidad histérica, sean hombre o mujeres, y es importante aclarar que a diferencia de la creencia general de que son exclusivamente las mujeres quienes lo presentan, existe también un alto porcentaje de hombres con el mismo trastorno. Sus rasgos emocionales tienen ese estilo persistente y dramático de ser, combinados con conductas que constantemente buscan atraer la atención de los demás. Ellos y ellas deben ser siempre el centro de atención y ocupar naturalmente el centro del escenario, de manera que se lleguen a sentir angustiados e incómodos cuando eso no sucede y por alguna razón son relegados. Se trata de individuos seductores, sumamente simpáticos y entusiastas, quienes poseen aparentemente una gran apertura que cautiva inicialmente por su viveza y dramatismo, lo cual naturalmente jala la atención hacia ellos. Sin embargo, su encanto se va desvaneciendo conforme se intensifican sus constantes e interminables demandas de atención y de ocupar el centro del escenario. Así, cuando ya no obtienen esa posición o atención buscan entonces nuevas táticas para recuperarlas, hasta convertirse una vez más en “el alma de la fiesta”.

Como se dice comúnmente en nuestro país, son los individuos que en una boda se convierten en el novio o la novia; en una obra de teatro ellos son los personajes principales, aunque no se encuentren en el escenario; en un grupo, ellos en sí tienen que ser el grupo y el líder o lideresa; y hasta en un funeral, ellos tienen que ser “el difunto”.

(Continuará)

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