Capítulo Interestatal Coahuila-Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana
(Primera parte)
La reputación de los congresos en México, empezando quizás por el congreso mayor, y siguiendo después no sólo con los médicos, sino los de muy diferentes profesiones, no es muy buena en general. La opinión de una muy buena parte del público laico, es que se trata de reuniones sociales, en las que corre el vino, el chisme y la pachanga, con muy poco de contenido académico serio y mucho de juerga y de “grilla”. Especialmente cuando las ciudades sede se encuentran localizadas en las playas más populares del país como son Cancún, Acapulco, Ixtapa, Huatulco, Puerto Vallarta, etc. por decir las principales. La gente desconfía de los objetivos de tales reuniones y los critica como excusas de los profesionistas para alejarse de sus trabajos y tomar vacaciones.
Aunque la realidad es que los congresos no siempre se convierten en esas pachangas imaginadas por el público laico, ni su objetivo sea el de entretener, divertir o emborrachar a los asistentes, sí tendríamos que aceptar que en muchos de los casos, y especialmente en las playas, el programa social tiende a excederse y llega inclusive a rebasar por mucho los objetivos académicos. Las sesiones se tornan deslucidas, con poca asistencia y con un ambiente desanimado y gris para los ponentes, después del esfuerzo importante que desarrollaron en la preparación de sus trabajos. Inclusive en ciertas ocasiones la asistencia es tan pobre o nula, de modo que obliga a cancelarla por completo.
A ciencia cierta no sé cuál será la experiencia de mis colegas en otras especialidades de medicina o en otras profesiones, ya que no he tenido la oportunidad de asistir a otros congresos que no sean los relacionados con el área de salud mental, en psiquiatría o psicología. Quizás ocurra el mismo fenómeno y se trate de algo generalizado y cultural que forma parte de nuestra idiosincrasia como mexicanos, o quizás sea diferente en otras especialidades o profesiones que sigan más religiosa y estrictamente los cánones académicos de una reunión total.
Mi experiencia es que cuando los congresos se alejan de las ciudades playa o de aquéllas con demasiadas distracciones, y dependiendo de la organización de los diversos comités encargados de ellos, las presentaciones suelen ser mujeres, de calidad más alta y educativa, con mayor asistencia y que además cumplen mejor con sus objetivos de investigación, revisión y actualización.
Es obvio que toda reunión de este tipo requiere naturalmente de un programa social a la vez, como una oportunidad que permita el acercamiento, la interacción y la charla entre los diferentes miembros, nuevos y antiguos que llegan además de diversas áreas del país. Sin embargo, se suele buscar un equilibrio entre esa área y la académica, de modo que sea esta última la que predomine sin ser abrumada por la primera, en perjuicio de los objetivos académicos. Ese preciso equilibrio trae como resultado una reunión más completa, educativa, interactiva, de aprendizaje en todos los sentidos y por ende más satisfactoria y significativa para cada uno de los asistentes.
Otra área que en México se torna sumamente resaltante en estos congresos, inclusive más allá de la social o la académica, es la política. Vivimos en un país en el cual existe una excesiva preocupación, a veces inclusive casi obsesiva o enfermiza por obtener el poder y el liderazgo de los grupos. El fenómeno del “presidentismo” es casi patológico, pues tal parece que a diestra y siniestra, desde los grupos más insignificantes y humildes, hasta la presidencia de la República y pasando por toda clase de sociedades y agrupaciones, todo mundo quiere ser presidente, ya no sólo una vez, sino una y otra sin terminar nunca. Aunque me ha tocado observarlo más de cerca en las sociedades psiquiátricas de nuestro país, me parece que ocurre en forma semejante a todos los niveles privados y públicos, y no se diga en los puestos de gobierno.
Los partidos y las sectas tienden a convertir las asociaciones en verdaderos campos de batalla interminables, en los que se escenifican cada cierto período, coincidiendo naturalmente con las elecciones, luchas encarnizadas de poder, por la posesión de tales puestos.
Parece como que la posición de poder se convirtiera entonces en una enfermedad crónica, de la cual nadie se quiere curar, puesto que además de los obvios beneficios económicos que proporciona, conlleva una imagen de seguridad y status, que no se ha podido lograr por otros medios. (Continuará).
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