Capítulo Interestatal Coahuila-Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana
(Tercera Parte)
La experiencia fue realmente increíble, una aventura estimulante para todos los sentidos, en la que las imágenes, los paisajes, los colores, las vistas, los sonidos, los ruidos, los aromas y hasta las señales de los músculos en las extremidades y en todo el cuerpo o el roce del viento en la piel, te hacen sentir vivo, presente todavía y ocupando un lugar en este mundo. Se trata de sensaciones que saboreas y te conectan a diversos niveles de intensidad con el ambiente que te rodea y contigo mismo, según la capacidad de cada quien para experimentarlo y disfrutarlo.
No se trata solamente de la experiencia concreta de atravesar un puente a pie, un recorrido que incluso podríamos hacer diariamente en nuestra región, para ir a trabajar a Gómez Palacio o a Lerdo desde Torreón o viceversa, como tantos lo hacen cada semana. Es más bien la experiencia emocional en sí misma y lo que puede significar para cada uno. Cruzar el Golden Gate en esta etapa de la vida representa el ejemplo y la encarnación simbólica de todos los puentes que hemos cruzado y que debemos seguir cruzando a lo largo de nuestra existencia.
Queramos o no, tales puentes existen y son señales reales en el camino que recorremos, desde el momento en que mediante las contracciones uterinas y la ayuda del obstetra o de la partera, cruzamos ese muy significativo puente vaginal, que nos lleva desde la bolsa acuática en que nos formamos durante nueve meses, hasta llegar al exterior, aún si en ese momento no sabemos lo que significa. Una aventura formidable cuando la miramos desde nuestra perspectiva como adultos al pasar los años. Y desde ahí, uno tras otro, momento tras momento, en una y otra etapa de la vida seguimos enfrentando puentes que se convierten en retos a cruzar y superar para seguir adelante.
Atravesar un puente significa siempre, dejar atrás ese espacio familiar y conocido, que ha sido parte de nuestra rutina buena o mala, que está claro e iluminado y que confiadamente hemos recorrido una y otra vez, porque aprendimos a hacerlo al cabo del tiempo y eso nos proporcionó conocimientos y experiencia sobre su contenido. A fuerza de ello, logramos domesticarlo y dejó de ser un espacio peligroso, foco de nuestros temores iniciales y de nuestra ansiedad e inseguridad, lo que a su vez nos sirvió de entrenamiento para el siguiente puente, lo supiéramos o no.
El día que nos decidimos dejarlo atrás para arriesgarnos a movernos a un espacio diferente y que no conocemos, a un espacio sombrío y de penumbras, de oscuridad semicompleta, y por lo tanto de bordes y áreas indefinidas y borrosas, poblado de múltiples interrogantes, enfrentamos entonces otro puente. Se trata de un reto más a superar, de una nueva aventura que naturalmente nos causará ansiedad y desasosiego, como sucede con todo aquello que desconocemos. Sin embargo, los puentes nos ayudan a cruzar y enlazar tales espacios, para pasar de lo que era diáfano y transparente, en dirección a lo que percibimos como oscuro y tenebroso.
Los puentes nos guían en esa transición de nuestros temores, de nuestra inseguridad y desconfianza para transformarlos una vez más en armonía, seguridad, tranquilidad y alivio, una vez que hemos sido capaces de soltar los amarres, echar a andar nuestras habilidades e iniciar la nueva aventura para explorar esos nuevos y desconocidos territorios.
Aunque a lo largo de la historia de las diferentes razas y culturas, se han dado muchísimos ejemplos de héroes y semidioses capaces de cruzar tantos puentes, fueron los antiguos griegos indudablemente quienes lo expresaron de forma tan maravillosa y atractiva en sus cuentos y leyendas mitológicas. Hijos de los dioses y de los humanos, personajes como Hércules, Ulises, Perseo, Teseo y tantos más se mantienen presentes hasta nuestros días como imágenes y arquetipos de los retos que los humanos debemos seguir enfrentando a lo largo del camino. Aunque en muy diferentes escalas y muy variados niveles de acción, dificultad e intensidad, nuestros retos pueden o no semejarse a las portentosas hazañas de dichos héroes y los puentes que ellos debieron atravesar.
Herederos de esas figuras mitológicas de semidioses y dioses griegos, infiltrados también de algún modo entre los textos de la religión judeocristiana, los humanos seguimos teniendo que enfrentar retos y tareas. Debemos seguir atravesando puentes que nos llevan de una edad a otra, de una etapa de la vida a la siguiente, medidas con símbolos y números que hemos inventado para no perdernos, sea entre los espacios físicos o aún en los imaginarios.
Tendemos puentes entre el pasado y el presente o el futuro; entre los conocimientos, las ideas y las memorias, entre la fantasía y la realidad; entre los sueños y la vigilia; entre nuestras ilusiones y proyectos; entre todo tipo de emociones, pasiones y sentimientos. Construimos y enlazamos puentes entre una y otra persona, lo mismo con nuestros padres y hermanos, que con los demás familiares inicialmente, o con la pareja y los hijos en etapas posteriores; con las amistades o con todos aquéllos que llegan a deambular por nuestras vidas en la escuela, el trabajo, en los viajes, en los momentos de ocio, de alegría, de dolor o de tristeza. Con quienes tenemos contactos frecuentes como parte de la cotidianeidad, o con aquéllos con quienes nos cruzamos en circunstancias especiales, insólitas y temporales. (Continuará).