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Nuestra Salud Mental / Puentes a cruzar en San Francisco

Dr. Víctor Albores García

Capítulo Interestatal Coahuila-Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana

(Décima Segunda Parte)

Sin embargo a pesar de esa mayor apertura de nuestra época, el movimiento gay se ha topado siempre con muchísima resistencia y agresividad especialmente de parte de todos aquellos hombres que sienten sumamente amenazada su masculinidad ante este fenómeno y luchan intensamente contra el mismo.

La homofobia, como se denomina este mortal miedo a la homosexualidad, ha sido descrito curiosamente como la otra cara de la moneda; es decir la gran inseguridad que puede existir en el hombre acerca de su virilidad, que lo hace temer o inclusive llegar al pánico, al acercarse demasiado a la profundidad de sus propios núcleos femeninos internos que ve reflejados en él y que proyecta a la vez en estos otros hombres. Las burlas, las persecuciones y las agresiones, las humillaciones, los chistes ácidos, la discriminación en los empleos, en las familias o en los círculos sociales, los insultos y apodos peyorativos, son tantos de los mecanismos homofóbicos utilizados en forma cotidiana para exorcizar tales miedos y amenazas.

Es por ello interesante, que en nuestro país así como en otros, las palabras joto, puto y maricón o demás sinónimos son posiblemente los términos gramaticales más utilizados entre hombres. En parte como broma, como insulto, o como agresión, desde la etapa de la adolescencia hasta la de adulto mayor, se trata definitivamente de las palabras favoritas en el hombre mexicano, que tiende a usarlas constantemente. Si midiéramos la frecuencia y el número de veces en que se usan estas palabras, podríamos detectar paralelamente el nivel de angustia o hasta de pánico homofóbico implícito en ellas, pero que ya ha sido anexado como parte de la cultura cotidiana masculina y forma parte de sus defensas psicológicas contra tal amenaza. En esa forma, la amenaza homosexual está proyectada en el otro, porque de esa manera quien la exclama puede reasegurar así su masculinidad y negar que él sea el maricón.

La homosexualidad no es exclusivamente uno de los puentes con que San Francisco trata de enlazar un fenómeno social y cultural sumamente complejo de nuestros días, resultado precisamente de esa apertura que se ha estado mencionando, sino que es un puente que existe actualmente en todas las ciudades y sociedades de nuestro planeta. La permisividad urbana que se acostumbra en San Francisco lo ha convertido en un fenómeno visible, obvio y cotidiano en todas sus manifestaciones afectivas entre las parejas de hombres o las de mujeres, como parte de las imágenes comunes de la calle y de la vida diaria, sin que nadie necesariamente se asuste, se choque o busque la agresión o el ataque. Observar a dos hombres, o a dos mujeres tomados de la mano que se abrazan, se besan o muestran su afecto en plena calle, en el café o en el transporte público, es parte de las escenas comunes citadinas, sin que nadie se escandalice. San Francisco es San Francisco, y ése es el nivel de aceptación y libertad de expresión que existe, el nivel de aculturación, si así quisiéramos llamarle, común a cualquiera de los grupos étnicos que forman parte de ese mosaico cultural de la ciudad.

Por supuesto, ése no es el mismo nivel que existe en otras ciudades del planeta, que entre más pequeñas y menos multiétnicas se vuelven más conservadoras, estrictas, represivas y reprimidas e inclusive perseguidoras. La realidad es que la homosexualidad es un fenómeno presente a través de los siglos y forma parte de la historia de la humanidad, en diferentes etapas, condiciones y contextos culturales, de acuerdo a las creencias, necesidades, explicaciones y códigos morales y religiosos de cada época y cultura. Sin embargo, a pesar de lo extendido de este fenómeno en todo el mundo y a todos los niveles, no existen todavía los suficientes estudios científicos que logren darnos las claves para conocer sus raíces y para comprender mejor lo que significa.

La serie de preguntas que surgen sobre sus causas y si se trata de un origen genético y biológico, o del producto ambiental de la educación y la cultura o de diversos factores psicológicos y socioculturales, tampoco han sido respondidas satisfactoriamente. Como resultado, la gente común y aún los profesionales suelen acomodar en una misma canasta una serie de individuos que son calificados como homosexuales o lesbianas, entre los que se pueden mezclar indistintamente categorías como los transvestistas, los transexuales, los sujetos con trastorno de la identidad de género, hombres con gastos afeminados, o mujeres con características masculinoides, niños o niñas, adolescentes o adultos, etc. y etc. Se trata generalmente de una clasificación popular y folclórica, hecha en la calle, pero sin bases científicas de ninguna especie, puesto que no las tenemos muy claras todavía. Ello simplemente viene a reflejar el grado de ignorancia, confusión y desinformación que existe al respecto, con muchas preguntas sin respuestas, que nos permitan conocer y comprender mejor de lo que estamos hablando, como sucede con tantos otros temas.

El movimiento hippie entonces, que vibró hace tres o cuatro décadas en nuestro planeta, a pesar de haber desaparecido ya y ser sustituido por otro tipo de movimientos, vino a traer una serie de consecuencias. He mencionado algunas de ellas según mi criterio, secuelas que siguen teniendo vigencia en nuestros días, no sólo en San Francisco, que fue una de las ciudades foco del movimiento, especialmente dentro de la Universidad de Berkeley, pero también en el mundo entero.

Se trató de un movimiento juvenil, en el que se integraron los adolescentes de tantos países con todos los reclamos y señales de inquietud y rebeldía propios de su edad y de su tiempo, pero que se hicieron más intensos y expresivos precisamente en dicha década. Todas esas características los identificaron como un movimiento más específico, original y honesto, con esa frescura, ingenuidad, romanticismo y a la vez firmeza con que se enfrentaron a sus adultos y al mundo en general. (Continuará).

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