(Décima cuarta parte)
El stress o estrés como se ha castellanizado, es definitivamente una de las palabras que con mayor frecuencia nos podemos tropezar en el lenguaje del mundo contemporáneo, sea en nuestras lecturas de la prensa en general o en los reportajes de los diversos medios de comunicación, en las series televisivas o en las películas, así como en las conversaciones diarias con los demás. Pero además de ello, el estrés lo encontramos cotidianamente como forma misma de nuestra existencia, como un fenómeno de todos los días, en cualquier momento o experiencia con la que nos enfrentamos, sin importar el género, la raza, el nivel socioeconómico, el grupo o la sociedad a la que pertenezcamos.
Los humanos podría decirse, somos ?hijos del estrés?, o somos productos actuales del mismo y del mundo en que nos desenvolvemos. Es así como lo respiramos, lo portamos, vivimos con él y forma parte de nosotros mismos y de nuestra existencia, precisamente por nuestra condición de humanos, ya que nosotros mismos somos creadores y transmisores potenciales de estrés a diestra y siniestra.
El hecho mismo de vivir en una ciudad de determinada población y tamaño, va aumentando progresivamente las posibilidades de que existan mayores factores de estrés, conforme un mayor número de seres humanos se aprietan en cierto espacio. Comparar el nivel de estrés al que estamos sometidos quienes vivimos en esta Comarca Lagunera, con el de aquéllos que viven en el DF, o con los habitantes de un ejido o un pequeño poblado nos daría una pauta para comprender a lo que me refiero. Y sin embargo, de una u otra manera, en un sitio o en otro, no importa lo pequeño o lo inmenso, nadie se puede escapar de ese fenómeno.
Tampoco podríamos afirmar que es exclusivo de nuestra época y que antes no existía o no se conocía. Seguramente los antiguos egipcios, griegos o romanos, los mismos aztecas y los conquistadores españoles estaban sujetos a cierto nivel de estrés, que en esa época posiblemente lo ignoraran o al menos lo llamarían de otra forma y lo atribuirían a causas diferentes en el terreno espiritual o mágico.
El estrés es un fenómeno que va siempre ligado a la ansiedad y es imposible separar uno del otro. La ansiedad es un sentimiento normal humano, como lo puede ser el coraje, la tristeza, el miedo, la culpa, los celos, el amor, el placer, y tantos otros sentimientos que existen en el repertorio nuestro. La ansiedad es precisamente una importante reacción al estrés y a los diferentes factores que pueden provocarlo, esos factores a los que estamos expuestos como producto y exposición de nuestro diario vivir. Precisamente esta temporada navideña como se mencionaba hace algunas semanas, es un ejemplo magnífico de lo que se trata una experiencia estresante.
La falta, escasez o inclusive exceso de dinero, las necesidades creadas artificialmente de qué tanta cantidad de foquitos, adornos, santas, árboles de Navidad o nacimientos deba tener un hogar para considerarse decente, el precio y la calidad de los regalos que se deban ofrecer, el tipo de alimentos que se deben ingerir como fórmula específica para estar contentos y convivir, y así muchísimos etcéteras que con los años cada vez se han hecho más indispensables e inevitables, se han ido convirtiendo año tras año en factores cada vez más estresantes para la mayoría de las personas.
Tales factores no sólo conllevan un sentimiento normal de ansiedad, sino que éste se ha hecho también con el tiempo más intenso y prolongado, al grado de durar toda esta temporada y en ocasiones inclusive, mantenerse por mayor tiempo. El resultado es un desgaste emocional importante, que naturalmente va de la mano con un desgaste físico, producto del exceso de alimentos y alcohol, así como obviamente un desgaste económico que culmina en las carteras vacías, los presupuestos si es que había, en bancarrota y las tarjetas de crédito asfixiadas al máximo. La famosa cuesta de enero se torna a su vez en otro periodo que no sólo causa mayor ansiedad, por el estrés que nos produce estar sin dinero, sino que además también en un buen porcentaje, lleva a sentimientos de depresión, desamparo, desánimo, lo que comúnmente llamamos ?cruda? moral y física, como consecuencia de todos esos excesos.
Seguramente, sería difícil para cualquiera dejarse de identificar con este ejemplo tan típico de la temporada navideña, y sin embargo, no todos podemos darnos cuenta de que el estrés, la ansiedad y la depresión están íntimamente ligados no sólo con tales factores estresantes ambientales, sino también con la química y la fisiología de nuestros cerebros. Al igual que con todos los demás sentimientos, la ansiedad parece ser un producto de la fisiología y la química cerebrales, que a través de diversas reacciones o combinaciones de las mismas, del papel que juegan los neurotransmisores y de la conducción de ciertos estímulos, se presentan como reacciones a las diversas experiencias que vivimos.
En la actualidad, gracias a los mejores y más precisos métodos que se tienen para explorar el cerebro, tanto en su anatomía como en su fisiología, han determinado que se convierta en un foco muy importante de estudio para los investigadores interesados en su funcionamiento.
Es así como se trata de delimitar la relación que existe entre el cerebro y sus funciones, con lo que llamamos mente. Una vez más, se trata de cruzar puentes que nos permitan enlazar estos conceptos tan importantes en la actualidad, precisamente entre la mente, el cerebro, sus funciones y el estrés y la ansiedad. Precisamente, en ese congreso de la Asociación Psiquiátrica Americana en San Francisco, se presentó un interesantísimo simposio sobre ?El estrés, la psicopatología y el cerebro?, del cual se resumen a continuación algunos de los puntos más sobresalientes. (Continuará).