Capítulo Interestatal Coahuila-Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana
(Décima novena parte)
Etiquetas: La sal y pimienta de la vida
Los saldos rojos de los fines de semana, en los que aparecen los nombres y fotografías de chicos y chicas conocidos o desconocidos, en las páginas amarillistas de los diarios o, los noticieros, en un buen porcentaje están representados por estos sujetos. Las etiquetas se siguen acumulando y prolongando, sumándose unas hazañas a otras, sin que nadie todavía en la familia las pueda percibir como secuelas de un trastorno que se inició por allá en la infancia y que al igual que un enorme árbol ramificado sigue creciendo y proliferando sin orientación y sin podas.
A estas alturas, tales hazañas ya no causan rica; lo que fue gracioso y simpático a los 4-5 años, digno de ser festejado y convertido en una leyenda familiar, ya ni siquiera produce sonrisas en los padres o los familiares. Más bien se ha convertido en un dolor de cabeza, en motivo de alarma y preocupación, en un barril sin fondo de gastos para cubrir los cambios de escuela, las materias reprobadas, los daños causados por los pleitos o accidentes, las demandas, las multas o “las mordidas” que hay que repartir constantemente, así como los pagos a terceros por los daños provocados en propiedad ajena. Algunos padres sin embargo, o se muestran indiferentes a esos problemas o siguen divertidos lo que aún consideran como las “gracias” de sus “niños” o “las travesuras” de sus adolescentes. Así pues las continúan sobreprotegiendo, las condonan y justifican como “reacciones naturales” al mundo en que vivimos, facilitando con aprobación tales etiquetas, sin tener la mínima conciencia de que se trata de un trastorno que requiere de la ayuda profesional. Un trastorno que cada vez y con mayor fuerza, podrá ir orillando a su hijo o hija a convertirse en un magnífico y experimentado delincuente.
Otros padres por el contrario, más conscientes y reflexivos, tienden a buscar todos los posibles métodos a su alcance para ayudar a estos niños. Exploran las diferentes posibilidades existentes y tratan de obtener la mayor información posible, en libros, a través de consultas a profesionales competentes o mismo en Internet, en los diferentes sitios en los que se puede obtener esa información. Desde las primeras señales o síntomas en la infancia temprana de sus hijos, al darse cuenta que éstas no forman parte de lo que se considera como un desarrollo normal, buscan ser orientados y asesorados sobre el diagnóstico específico y para llevar a cabo un programa de tratamiento que pueda ayudar a resolver tal situación. Definitivamente, ese tipo de asesoría y tratamiento, viene a complementar el programa médico correctivo que pudo haberse iniciado desde el nacimiento del bebé, cuando eso fue necesario. La complementación e integración de ambos programas a corto, mediano o largo plazo traerá seguramente mejores resultados en el desarrollo físico y emocional de estos chicos y chicas. Asimismo, repercutirá en un clima de mayor estabilidad y tranquilidad para los padres y la familia en general, quienes con un programa semejante, se estarán ahorrando una serie de experiencias, descalabros, problemas y gastos que ni siquiera se imaginan aún, y que forman parte de la vida de estos sujetos y de las etiquetas con las que son señalados.
Aunque ésas pueden ser las experiencias y los problemas de conducta que se esconden detrás de las etiquetas con las que se señalan a los chicos y chicas que presentan el trastorno por déficit de la atención, no son ellos los únicos en recibir etiquetas semejantes. Los otros individuos que se han mencionado, y que puedan tener malformaciones, trastornos o enfermedades desde el nacimiento, suelen también ser etiquetados en los hogares y en las escuelas, con etiquetas que señalan sus características y condiciones; etiquetas que a la larga envuelven entre sus términos las secuelas de tipo psicológico que padecen estos individuos, secuelas no siempre fáciles de cargar o de manejar, y que tienen efectos importantes en la vida de cada uno de ellos.
Las reacciones depresivas en niños o en niñas, al igual que en los adolescentes, pueden ser una parte importante de dichas secuelas. Los chicos o chicas que son señalados en forma peyorativa y burlona respecto a sus condiciones, que son observados mediante esa curiosidad malsana y a veces agresiva, no sólo por sus pares sino incluso por los adultos, tales como sus familiares e inclusive maestros, tienden a desarrollar una pobre autoimagen. Conscientes ellos mismos de sus defectos, presentan una autoimagen deficiente que los hace sentirse vulnerables ante los demás y ante el mundo que los rodea, lo que a su vez hace descender su autoestima. Esa distorsión en su autoimagen, al verse a sí mismos todavía peor de lo que en realidad son, así como la baja autoestima suelen desencadenar en ellos una reacción depresiva como secuela de estos problemas. Se trata de una reacción depresiva parcial y que puede ser pasajera según las circunstancias, pero que también a través de los años, se puede convertir en un padecimiento depresivo serio, ya sea como una depresión mayor que regresa en ciclos, o como una distimia, es decir, el equivalente de una depresión crónica que se prolonga por muchos años. (Continuará).