Capítulo Interestatal Coahuila-Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana
(Vigésima tercera parte)
Etiquetas: La sal y pimienta de la vida
El trastorno de estrés postraumático suele ser mucho más común de lo que nos imaginamos, especialmente en individuos como los mencionados en esta columna, que han nacido con malformaciones congénitas, o enfermedades y trastornos serios. El hecho mismo de haber nacido con tales problemas, los convierte en candidatos importantes para tratamientos médicos serios y prolongados, o para intervenciones quirúrgicas que en ocasiones se tienen que repetir en muchas ocasiones debido a la gravedad de las malformaciones que presentan. Tal es el caso de bebés con defectos en su sistema gastrointestinal, cardiovascular o respiratorio, o con deformaciones en sus extremidades, que ameritan múltiples hospitalizaciones y cirugías.
A esa edad, tales experiencias pueden ser percibidas como impactos agresivos y traumáticos, que ponen en peligro la integridad, y en las que no siempre cuentan con el apoyo psicológico de los padres o los familiares, ni tampoco de terapeutas especializados desde el punto de vista emocional. Tanto en las instituciones públicas o en las privadas como ya se había mencionado anteriormente, se carece en tantas de las ocasiones de ese tipo de apoyo profesional que es tan necesario. Asimismo, en muchos de los casos, el personal médico y de enfermería tampoco está sensibilizado del todo a las necesidades emocionales del bebé y de los padres, lo que determina que ni siquiera permitan el contacto o el acercamiento de estos últimos con su criatura, en aquellos momentos en que se requiere precisamente de dicho acercamiento. Se considera que médicamente, los padres estorban en el quehacer de médicos y enfermeras.
Todavía estamos acostumbrados a pensar, que como los bebés son tan pequeños y no hablan, tampoco sienten o registran las experiencias a las que son expuestos, por más dolorosas que se trate. Por lo mismo, se cree que este tipo de intervenciones médicas o quirúrgicas son intrascendentes y no tendrán repercusión alguna sobre el bebé, ya que tampoco conocemos su funcionamiento psíquico a esa edad y tendemos a justificar nuestra ignorancia con las consabidas frases de que los bebés no sienten ni registran lo que está sucediendo, y por lo mismo no quedará huella alguna en su memoria. Aunque es verdad que tantas de estas experiencias no sólo son necesarias, sino básicas para la supervivencia del paciente y su salud, también es cierto que deberíamos estudiar y conocer con mayor detalle y a profundidad los efectos que puede tener sobre el mismo, así como el tipo de apoyos psicológicos que le pueden ser ofrecidos tanto a él o a ella, como a sus padres y familiares, para reducir hasta donde humanamente se pueda lo agresivo y traumático. Tenemos que pensar también en el futuro de ellos como niños, adolescentes o adultos y los riesgos a los que pueden estar expuestos como resultado de tales métodos de tratamiento.
El trastorno de estrés postraumático puede surgir entonces no necesaria o inmediatamente después de tales intervenciones, sino que sus efectos pueden aparecer mucho más tarde, a lo largo de la infancia, a la llegada de la pubertad, durante la adolescencia que es un período de la vida tan vulnerable, o inclusive durante los años adultos, a pesar de que ello nos parezca increíble. Puede tratarse de sujetos que cursaron sus primeros años de vida con un nivel de miedos, preocupaciones y ansiedad un poco más alto de lo que se consideraría normal, para posteriormente o repentinamente empezar a desarrollar los síntomas de dicho trastorno.
En los niños, estos síntomas se pueden presentar como conductas irritables y agresivas o agitadas, con el uso de juegos repetitivos en los que el tema principal se enfoca hacia los aspectos traumáticos que desea expresar. Por ejemplo, un niño o niña que fue operado durante su infancia temprana en varias ocasiones, puede expresarlo una y otra vez a través de su juego de operar o ser operado con sus monos, ya sea tomando el papel de paciente nuevamente en forma pasiva, o en forma activa llevando el rol del cirujano. Puede presentar asimismo pesadillas angustiantes que lo despiertan a mitad de la noche, cuyo tema también tiene que ver con el trauma al que haya sido expuesto. Por lo mismo, estos niños pueden presentar dificultad para conciliar el sueño o para mantenerlo, con miedo inclusive de irse a acostar para prevenir tales pesadillas. A pesar de convertirse en niños hiperalertas, que parecen estar siempre en un estado de hipervigilancia de su ambiente, tiene por otro lado dificultades para concentrarse en el aula o a la hora de hacer sus tareas en el hogar. Ese mismo estado de vigilancia en el que viven los hace a la vez aparecer siempre tensos e irritables, con tendencia a descargar dicha irritabilidad por medio de explosiones periódicas de rabia que se presentan con bastante frecuencia. (Continuará).