Capítulo Interestatal Coahuila-Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana
(Trigésima sexta y última parte)
Etiquetas: La sal y pimienta de la vida
Las malformaciones congénitas, así como los trastornos y enfermedades crónicas que se presentan desde el nacimiento o los primeros años de vida en las niñas y los niños, no son entonces definitivamente causas directas de secuelas y trastornos emocionales posteriores, pero sí pueden considerarse como factores de riesgo a largo plazo en la vida de estos individuos. Es decir, que se trata de uno de tantos factores de riesgo que pueden influir a lo largo de su proceso de desarrollo, pero dependiendo naturalmente de toda otra serie de factores que irán formando parte de sus múltiples experiencias en este planeta, o tal vez en otros a futuro.
Eso quiere decir, que los padres y familiares de estos bebés, deberán estar más al pendiente de su desarrollo no sólo físico o biológico en cuanto a sus tratamientos médicos, quirúrgicos y de hospitalización o medicamentosos, pero también en lo referente a esos aspectos psicológicos y socioculturales que se han mencionado. Se tendrán que tomar más en cuenta los procesos educativos y de relaciones interpersonales tanto dentro de la familia, en las relaciones con los padres, los hermanos y demás familiares, como fuera de ella, en el barrio, en las escuelas a las que asista y en la diversidad de experiencias a las que se exponga.
Ello no quiere decir de ninguna forma, que al estar pendiente de su desarrollo, se trate de una tremenda vigilancia o sobreprotección, producto de la gran ansiedad que determina en sus padres y familia, sino más bien un estar alertas y presentes en ese proceso de desarrollo como debería ser con cualquier otro niño o niña, aunque tomando en cuenta sus posibles diferencias y necesidades que lo hacen más, él o ella misma.
Me parece que es ahí, donde nuevamente se insistiría en la ayuda que los padres y familia pueden recibir de un chequeo y orientación psicológica adecuada, que ayude a ese seguimiento y monitoreo del sujeto, desde que nace y forma parte de todo ese proceso de tratamientos de diversos estilos, y a lo largo de su vida, conforme él, ella o sus padres y familiares lo vayan requiriendo. Si el pediatra, el neurólogo pediátrico, el cirujano o los demás especialistas pediátricos forman un equipo de tratamiento y seguimiento de estos niños, no hay ninguna razón para que el psicólogo pediátrico (que realmente tenga el entrenamiento) no forme asimismo parte de ese equipo de tratamiento y seguimiento, en el que sus aportaciones y orientación pueden ser sumamente valiosos para el futuro, el desarrollo y la adaptación de estos individuos.
Hace varios meses, esta columna se inició relacionándose con su título, hablando sobre las etiquetas, esos apodos que son la sal y pimienta de la vida, que pueden ser jocosos, simpáticos, cariñosos y que le dan sabor a la vida, pero que también pueden convertirse en apodos peyorativos, burlones, despectivos o inclusive agresivos y destructivos, y que por el contrario, tiñen de rencor y amargura la vida de muchas personas. Consciente o inconscientemente, en la superficie o en el fondo, las etiquetas o apodos pueden convertirse también en señales que marcan a estos sujetos masculinos o femeninos, que nos pueden hablar de un posible sufrimiento o malestar, que a la vez nos lleve a raíces más profundas de diversos tipos de problemas emocionales, que requieren de intervenciones más profesionales.
Las etiquetas que pueden provenir de muchos años atrás, pueden ser precisamente las huellas de ese tipo de problemas al que nos hemos referido tanto, de malformaciones congénitas, o enfermedades y trastornos tempranos crónicos. Los apodos o etiquetas pueden conducirnos precisamente a las secuelas de tales padecimientos, los que quizás han desaparecido biológicamente, o ya no son tan serios porque se han corregido o se han controlado, pero sí han dejado huellas psicológicas en cualquiera de estos individuos, huellas que son como heridas no cicatrizadas que podrían seguir provocando malestar y sufrimiento en ellos, en mayor o menor grado.
La investigación de estos apodos o etiquetas, o la valoración individual en cada caso, podría ser la clave que nos ayudara a distinguir lo que hay en el trasfondo emocional de la personalidad de cada uno de ellos. Se pueden tratar de huellas o secuelas que han limitado su desarrollo y funcionamiento al potencial emocional que podría tener, o también por el contrario, podrían tratarse de rasgos eficaces y habilidades que ha logrado precisamente como una compensación a sus defectos y como instrumento efectivo para luchar, adaptarse y sobrevivir. Es así como cada persona busca encontrar un equilibrio para adaptarse en este mundo y mantener la salud física y mental, o falla en ese intento y es entonces cuando requiere de la ayuda. (Fin).