(Décima Tercera Parte)
Al enfrentar y reflexionar sobre este movimiento, uno se pregunta si han existido movimientos o personajes semejantes en otras épocas de la historia. De inmediato salta a la mente precisamente la figura de San Francisco de Asís, un santo al que quizás podríamos caracteriza como de estilo hippie; alguien que dejó la riqueza, la buena vida y óptima posición de nobleza que le ofrecía su familia. Alguien que de alguna forma también se rebeló contra las instituciones tanto familiares como sociales y religiosas, en la búsqueda de sí mismo, para vagar y seguir su propio camino, pensado y diseñado de acuerdo a sus creencias y necesidades. Es curioso que en la actualidad, muchas de las calles de San Francisco lo recuerden precisamente con letreros que rezan así: ?San Francisco fue un pordiosero que recorrió las calles de Asís?. Posiblemente esta alusión a quien pudiera tomarse como el patrón de la ciudad también tenga que ver con las centenas de pordioseros que inundan sus calles. Sucios y andrajosos, malolientes y con una imagen no solamente pobre, pero también enfermiza, jóvenes o adultos mayores, hombres en su mayoría, pero también acompañados por mujeres, estos individuos deambulan por las calles de la ciudad y muy especialmente por el centro y la calle Market.
No se les llama pordioseros, a pesar de que también pidan dinero, para ellos se usa el apelativo de ?homeless?, que en inglés sería ?los que no tienen hogar?, porque en realidad así sucede y la mayoría duermen en la calle, en las bancas de los parques o en los umbrales de las tiendas y negocios del centro. Sin embargo, muchos de ellos se retiran a los albergues o casas especiales de beneficencia en donde los reciben, les dan techo temporalmente y hasta los alimentan, aunque muchos otros prefieran permanecer en la calle. Algunos se notas alcoholizados e inclusive duermen con la botella escondida en una bolsa de papel en la mano, y otros se notan drogados y perdidos como si existieran en un mundo aparte. Los adultos de mayor edad semejan hippies que permanecieron atrapados en esa etapa, que se quedaron atrasados y perdidos en el tiempo y el espacio, que parecen no haberse dado cuenta aún que todo aquello quedó atrás y que los años han volado irremediablemente. O se trata tal vez de los desheredados urbanos, de los que no tienen, de los que han enfermado física y psiquiátricamente y que al igual que en todas las grandes urbes del planeta, quedan atrapados en las trampas de la ciudad, en los cinturones de la miseria y del infortunio.
Definitivamente, forman un enorme contraste de gran impacto con el escenario citadino de altos y modernos edificios de arquitectura muy vanguardista, de hoteles, tiendas y boutiques de lujo, de gente bien vestida y de autos último modelo, de relucientes vehículos deportivos o larguísimas limousinas que circulan por las avenidas. Los bienes excesivos se alcanzan a mostrar por toda la ciudad, de aquéllos que no sólo tienen, sino que lo tienen en abundancia y en grado superlativo, y que además lo lucen abiertamente, sin pudor de ninguna clase, también con esa libertad que les otorga una urbe como ésta. No cabe duda de que Estados Unidos como país del primer mundo puede ofrecernos también estos dramáticos contrastes entre los extremos de riqueza exagerada por un lado y por el otro de una terrible y dolorosa pobreza. Se trata de los contrastes entre la bonanza y la adversidad, entre lo superlativo y las carencias máximas, que no siempre concuerda con la imagen fantasiosa y mágica que el cine o los medios de comunicación nos han transmitido desde esta nación. Es el descubrimiento realista de que no todo es Disneyworld o Disneylandia, supermalls para ir de compras o espacios exclusivos de lujo y esparcimiento donde se puede gastar el dinero. Los dueños también pueden fabricarse y ser industrializados para su venta, mediante una excelente campaña de mercadotecnia.
San Francisco pues, también enlaza puentes entre los núcleos humanos de diversos niveles socioeconómicos, también se nos aparece entonces como una ciudad multifacética y multidimensional, conectada en todos sentidos con muchos otros puentes que se estiran de un extremo a otro, inexorablemente, como telarañas entre tantos presentes y muchos pasados, en el tiempo y en el espacio. San Francisco une las imágenes de estos pordioseros o ?homeless? con las de un Santo como el que le ha dado el nombre a la ciudad; un santo que los bendice y los anuncia, pero que a la vez los descuida y los abandona, los deja que vaguen a su suerte en el perímetro urbano, como tantos otros de sus ciudadanos, con esa apertura y permisividad que le caracteriza. Al igual que todos sus habitantes y turistas, ellos también son libres para asomarse a los escaparates de Cartier, Gucci, Armani, Neiman Marcus, Saks, Hermes, Dunhill y tantas otras tiendas de lujo, que también enlazan esos puentes entre unos y otros, aunque sólo sea a través de los ojos y el olfato.
No cabe duda de que San Francisco es una ciudad deslumbrante y maravillosa, de una belleza natural no necesariamente distorsionada por el maquillaje. Una ciudad que se muestra tal cual es, abiertamente y sin tapujos, sin demasiados complejos ni retorcimientos morales que huelan a hipocresía o adulteración, airosa de sus grupos humanos de todos tipos y categorías, de diversas razas, colores, vestimentas, lenguajes, costumbres y hasta orientaciones sexuales. Una ciudad caracterizada por la diversidad, a la vez que en busca de la armonía y de la integración de todas esas diferencias, que la convierte en una ciudad mucho muy diferente a las otras grandes urbes de ese país. Posiblemente, parte de su secreto se encuentra en la construcción y existencia de esos puentes que invitan a ser cruzados como parte de la compleja experiencia humana que es la vida. (Continuará).