El día de ayer se presentó un proyecto de Constitución para la Unión Europea, lo que implica un gran paso para el futuro del mundo. De acuerdo a precedentes sentados tras esfuerzos unificadores de siglos, que incluyen la vigencia de un parlamento y una moneda común, el propósito de que tal proyecto constitucional sea definido para entrar en vigor el año dos mil seis, se advierte posible y realizable.
El suceso debe ser asumido con orgullo y esperanza tanto por los europeos como por el resto de la humanidad, en función del establecimiento de un nuevo orden internacional que sea garante de la estabilidad y la paz. Lo anterior, porque los avances obtenidos en cuanto a integración política y social en aquella parte del mundo, son resultado histórico del género humano en su conjunto y no de tal o cuál pueblo o persona.
El ejemplo debe mover a otros países como el nuestro, en cuyo caso no hemos podido concluir el tránsito a la democracia plena ni construir en consenso un proyecto constitucional de reforma del Estado. Los Estados Unidos de Norteamérica también tienen mucho que aprender de esta lección, ahora que han entrado en un retroceso político que los aísla y en ocasiones enfrenta al entorno internacional.
Entre las propuestas a la redacción de la Constitución Europea, llama la atención la de España que incluye un reconocimiento al Cristianismo como matriz cultural de Europa. Sea cual fuere la suerte de esta iniciativa, entraña una visión de unidad de origen y destino cuyo solo planteamiento, contrasta con nuestro subdesarrollo político nacional en el que las disputas entre el poder temporal y el espiritual, se dirimen como reyertas del Siglo Diecinueve.