Las protestas en contra de la inminente guerra entre los Estados Unidos, sus aliados y el régimen de Saddam Hussein se están generalizando en los países occidentales y de manera especial en la Unión Americana, Inglaterra y Francia, que son las naciones que con mayor ahínco se han preparado para la guerra movilizando tropas y prácticamente han declarado un estado de preguerra ante el concierto de las naciones.
Lo malo es que frente a los deseos pacifistas de millones de hombres y mujeres se anteponen los intereses de los gobiernos que a toda costa quieren ir a la guerra, tanto porque es una fórmula segura para reactivar sus economías, cuanto porque en algunos casos, como es el de George W. Bush, necesitan de ella para justificar sus belicosas afirmaciones sobre el peligro mundial que a su juicio representa Hussein.
La mayoría de los seres humanos no quieren la guerra porque saben que podrá beneficiar a cierta gente, pero perjudica a la inmensa mayoría, pues muchos de ellos tienen que marchar a los frentes de batalla, las familias se dividen, los padres pierden a sus hijos, las esposas a sus esposos y los infantes a sus padres, en tanto que los gobernantes permanecen en sus elegantes residencias dirigiendo el juego de la guerra.
A su vez, los productores de armas ganan millones de dólares vendiendo éstas y produciendo más para futuras guerras, pues es indiscutible que hoy, como en la época de Tomás Hobbes, el hombre sigue siendo el lobo del hombre, porque es él quien amenaza a todo ser vivo en el planeta, desde la más pequeña de las especies, hasta la más elevada que es el propio ser humano que cíclicamente ve peligrar su existencia ante la voracidad irracional de los dueños del mundo.