La economía nacional se debate entre los extremos contradictorios de una positiva estabilidad y un crecimiento que no acaba por detonar. De acuerdo a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, en los primeros cinco meses del año se acumula un superávit en las finanzas públicas superior a sesenta y un mil millones de pesos, como resultado de un aumento en la recaudación y en los precios del petróleo.
Lo anterior ha hecho caer las tasas de interés de los Certificados de la Tesorería de la Federación a un mínimo histórico registrado esta semana y contribuye a mantener el tipo de cambio de nuestra moneda. Los datos en cita aunados al control de la deuda del Gobierno ofrecen un marco de estabilidad macroeconómica que sin duda es alentador y que debemos preservar como condición de un futuro desarrollo sustentable.
Sin embargo no todo es color de rosa, ciertas voces críticas señalan que el superávit referido corresponde a una deficiente programación del gasto público, que frena los planes de desarrollo social. Quienes se colocan en esta tesitura no son solamente elementos de oposición, sino algunos voceros del sector privado y recientemente, el propio director de Banco de México.
Es necesario ampliar el espacio de maniobra del Gobierno para enfrentar los rezagos que existen en muchos órdenes pero de manera esencial, en materia de educación y combate a la pobreza. Dicha ampliación depende de nuestras posibilidades como nación para instrumentar la reforma estructural y del poder que continúa pendiente, en espera de que los mexicanos construyamos los acuerdos que generen tales reformas.