Las voces de protesta no se hicieron esperar ante las declaraciones del presidente Vicente Fox en el sentido de que el nuestro es un país que marcha “maravillosamente”, pues son muchos los que no están de acuerdo con esa visión. En desacuerdo con la apreciación presidencial están desde los obreros hasta los empresarios, pasando por las amas de casa, los estudiantes y los campesinos.
Pero además, de acuerdo con el Índice de Competitividad Global, que emite cada año el Foro Económico Mundial, nuestro país bajó notablemente en los indicadores internacionales en los últimos tres años, pues del lugar catorce que ocupaba en el año de 2000, cayó hasta el veinticuatro en este 2003, lo que implica que perdió diez puntos en esa escala y esos indicadores le son desfavorables sobre todo en aspectos como el de desarrollo humano, competitividad y corrupción.
Es comprensible que el titular de un régimen como el actual quiera ponderar lo que a su juicio son avances y a ninguna crítica se haría merecedor el Presidente si se concretara a ello sin otorgar calificativos a su gestión. Pero de ahí a autocalificarse ante la ciudadanía existe una gran diferencia y más cuando hay tantos problemas sin solución y sectores sociales que están convencidos de que el Gobierno ha confundido la tolerancia con la ausencia de autoridad.
Independientemente de responsabilidades específicas el pueblo considera que le corresponde al Presidente establecer los mecanismos necesarios para avanzar, como también le es imputable que la corrupción dentro del Poder Ejecutivo continúe sin ser debidamente atacada y que la inseguridad pública no haya disminuido como lo desea la ciudadanía. Todo ello se refleja en aspectos como el desempleo y la ausencia de competitividad y arroja una calificación reprobatoria a los ojos de los sectores mayoritarios del país.