Empuñando con determinación el haz de flechas en señal de guerra, el gobierno de George W. Bush ha dado la última llamada a Iraq y al gobierno de Saddam Hussein, por lo que la guerra se advierte inevitable, tanto porque los Estados Unidos ya no buscan quién fue el responsable de los ataques terroristas del once de septiembre y sólo están viendo quién se las va a pagar, cuanto porque a su presidente le urge un conflicto bélico, que consolide su fortaleza en política interior.
El propio Bush declaró ante las cámaras de televisión: “El juego ha terminado”; queriendo señalar con ello que el tiempo del que disponía el gobierno de Hussein para desarmarse ya se agotó. Pero, por el uso del lenguaje, el belicoso texano revela que las cuestiones de guerra, para él son sólo eso: un juego mortal, en que poco importa cuánta gente muera, pues lo valioso son las ganancias económicas y políticas que de ahí puedan derivar a su favor.
El jefe de inspectores de armas de la Organización de Naciones Unidas, Hans Blix, presentará este próximo viernes su informe definitivo, el que seguramente no resultará satisfactorio para Bush y será la última frontera formal que los norteamericanos tendrán que atravesar para dar la voz de ataque y arrasar con Iraq, sin importar que un porcentaje de más del cuarenta por ciento de su población repudie la guerra.
La mayoría, en efecto, la apoya. Pero no porque estén de acuerdo en que sus ciudadanos anden por el mundo sembrando la muerte, sino porque han vivido aterrorizados desde aquel once de septiembre en que por primera vez sufrieron un ataque en su territorio continental y porque el gobierno ha mantenido viva, al través de constantes voces de alerta, la posibilidad de que un acontecimiento de ésos se repita y por ello, antes de que eso suceda, la mayoría del pueblo quiere que se acabe, a cualquier costo, con una amenaza de esa naturaleza.