Millones de personas se reunieron en las capitales de muchos países a fin de manifestarse en contra de la inminente guerra que encabezan los Estados Unidos contra Iraq. Todas unieron sus voces para lanzar al mundo un solo grito: ¡Queremos Paz!, significando así un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad, pues nunca antes, en un mismo día, la gente había tomado la calle para emitir ese grito de protesta.
Lo mismo en Estados Unidos, que en Inglaterra, Argentina, Cuba, Australia, Italia, España, Francia y México, hombres y mujeres tomaron las calles para decirle al gobierno de George W. Bush y a sus propios gobiernos que no quieren un conflicto bélico más, que venga a desencadenar el odio y el rencor que tanto daño le han hecho a la humanidad, sin olvidar las vidas que se pierden en una conflagración mundial.
Está claro, entonces, que un significativo número de ciudadanos en todo el mundo, repudian las acciones que ha tomado el gobierno de la Casa Blanca en preparación para atacar Iraq, sin que ello signifique que están de acuerdo en la forma en que se ha conducido Saddam Hussein, como dictador de una nación que vive sometida por el yugo que él les ha impuesto y bajo el imperio del terror, el cual expande por el mundo.
La humanidad se encuentra en medio de dos amenazas que no se tocarán el corazón para desatar un conflicto que si bien puede terminar rápidamente, ello no hace desaparecer las consecuencias que de él pueden derivar. Porque ni Iraq, ni sus aliados van a quedarse cruzados de brazos ante un eventual ataque de E.U., como tampoco adoptarán esa actitud las naciones que hoy se oponen a la guerra y que pueden ser rebasadas en su intento por detener un nuevo conflicto bélico.