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Nueva democracia/Plaza Pública

Miguel Angel Granados Chapa

Un sistema electoral equitativo, como el que comienza a imperar en México ofrece muchas ambigüedades. Una de ellas es que, no sólo por conveniencia sino porque la realidad así lo muestra, los partidos pueden proclamar éxitos donde sus adversarios ven reveses. Y es que hoy los partidos no ganan ni pierden todo ni ese resultado es para siempre. Veamos la situación de los tres partidos mayores, a los que la sociedad ratificó esa cualidad, en una clara aplicación del principio electoral de que más vale malo por conocido que bueno por conocer.

Comencemos por el PAN, el más perjudicado por los comicios para integrar la nueva legislatura federal. En efecto, padeció una clara derrota si se atiende al número de sus diputados. Hace tres años llevó a la Cámara a 206 de sus candidatos, y ahora tendrá quizá 154 (el número definitivo sólo se conocerá cuando se asignen los cargos de representación proporcional, dentro de un tiempo). Nadie puede ocultar la importancia de esa diferencia: 52 legisladores menos es una pérdida del 25 por ciento de presencia en San Lázaro, con serias repercusiones para la realización de su programa y aun para su papel en el funcionamiento de la Cámara. Pero si se mide lo que hoy ocurre con la elección de 1997, sólo legislativa como la de este año, el panorama es diferente: en aquel año el PAN ganó 121 bancas, lo que significa 35 menos que las de hoy. O sea que hubo un avance nada desdeñable respecto de aquella composición. El retroceso ocurre respecto de un momento político excepcional, marcado no sólo por la elección presidencial, sino por una de tal singularidad que puso fin al dominio de un solo partido en el Poder Ejecutivo.

Y la percepción de fracaso es aún mayor por la ahora negada intención de convertir estos comicios en una elección plebiscitaria, que pusiera la popularidad presidencial al servicio de su partido, operación fallida por completo.

Adicionalmente, Acción Nacional puede ufanarse de haber mantenido su electorado propio, el que fue la base de la victoria de Fox hace tres años. Como lo recordamos ayer, su votación de 1997 será levemente superada este año, lo cual significa, para comprobar la naturaleza políedrica de estos fenómenos, al mismo tiempo logro y frustración, porque el universo de los votantes creció en mayor medida en que aumentó el padrón: hace seis años estaba compuesto por 53 millones de ciudadanos, mientras que ahora sumaba 65 millones de inscripciones. De esos doce millones de nuevos votantes el PAN apenas logró el favor de unos cuantos miles. En su balance, Acción Nacional puede poner del lado positivo su victoria en San Luis Potosí y la retención de la gubernatura de Querétaro. Eventualmente podrá agregar a esos logros los gobiernos de Sonora y Campeche, cuando se dirima la cuestión suscitada en ambos lugares por la estrecha diferencia de votos, algo que quizá tenga que ser resuelto en definitiva por el Tribunal Federal Electoral, pasado un largo y desesperante proceso. Pero deberá colocar en el lado negativo la derrota en Nuevo León, un fracaso con muchas implicaciones, por la importancia económica y política de esa entidad.

El PRI se ufana, con razón, por la recuperación de ese gobierno, su probable retención de tres más, así como de su cosecha de curules. Pero no retomó el control de la Cámara, perdido en 1997, cuando alcanzó 239 diputados, cifra mayor en una decena del número que ahora integrará su bancada. De modo que si se agranda la fracción respecto de los 211 que ganó en el 2000, es más chica que la de hace seis años. La nueva bancada, sin embargo, contará con mejores condiciones para su trabajo político. En la LVII legislatura la oposición aprovechó inteligentemente la inesperada precariedad priista y, unida, generó condiciones para una nueva gobernabilidad interna en la Cámara, con desmedro del inveterado control priista.

Ahora, en vez de “todos contra el PRI” ese partido podrá confeccionar toda suerte de alianzas, incluso con el PAN. Podrá, por lo pronto, intentar una mayoría permanente, negociada con los verdes, sus aliados electorales y con el PT, que de modo intermitente ha tenido cercanías con el tricolor.

Esa posibilidad existe pese al decaimiento del voto priista que, como recordamos ayer, llegó hasta dos millones de votos en relación con 1997, cifra que se abulta por el crecimiento del padrón. Y tal posibilidad puede diluirse si funcional y aun estructuralmente se produce una división del grupo parlamentario. No auguro que ocurrirá, pero no abramos sorprendidos la boca si la escisión tiene lugar, o si por lo menos cunde entre los diputados priistas la indisciplina sistemática o circunstancial.

El notorio progreso del PRD tiene que matizarse, tienen que matizarlo sus dirigentes y miembros, para que no se convierta en mera ilusión. Sin duda hay un avance, una recuperación entusiasmante de su presencia cameral: tiene ahora 50 diputados y tendrá casi el doble, cerca de cien. Pero en 1997 alcanzó 125. Y es que en aquel entonces el sufragio en su favor sumó tres millones más que en este año. Y si bien es cierto que su logro en la cámara federal se ratifica con su predominio en el Distrito Federal (donde ganó 13 y quizá 14 de las 16 delegaciones y 37 de las 40 curules de la Asamblea Legislativa, lo que aun antes de la asignación de plurinominales le da la mayoría), no puede ocultar que ese auge contrasta con su languidez en muchos estados, como Nuevo León, donde perderá por mucho su registro local.

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