En los años de prosperidad agrícola de La Laguna, cuando había proyecto y crédito oficial para el campo -aunque obviamente estaba en apogeo la corrupción del Banjidal- se oía en el ambiente agropecuario esta crítica rimada: “Con tierra, agua, crédito y tractor, cualquier pe... es agricultor”.
La gente seria escuchaba la puntada como una pésima excusa por el mal manejo que otros hacían de las tierras o como un chiste, bueno solamente para repetirlo en los cafés y otros mentideros. Si en alguna región se había otorgado seriedad al quehacer agrícola era allí, en la Comarca Lagunera, pues a él gracias, desde el siglo XIX, diez municipios de Coahuila y Durango que la integran, pudieron vivir épocas prósperas, pero también épocas sin fortuna y no sólo por culpa de los agricultores, sino de los adversos imponderables que la naturaleza y el mercado cometían en perjuicio de la productividad. En términos generales el campo mexicano ha enfrentado, durante toda su vida, más tristeza y desamparo que alegría y bonanza. Mi abuelo consideraba a la agricultura como un negocio “quita calzones” y afirmaba que un metro de mostrador daba más dinero que cien hectáreas de rancho.
Hoy los campesinos mexicanos están viendo al coco en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Se asegura que al ser abiertas las fronteras a los productos agropecuarios de esos países, los nuestros van a quedar por los suelos en volúmenes, calidades y precios; y proponen, al cuarto para las doce, una revisión cabal de los términos del TLC, mediante una prórroga de su entrada en vigor en materia de cosechas agrícolas. Y el señor Fox, como en otros casos, no sabe precisamente qué hacer, sino hablar y hablar, en lo cual se ha comprometido a convocar a una convención nacional campesina sobre cómo hacer un negocio del campo mexicano. Y un buen negocio, además, que pueda competir con los productos canadienses y estadounidenses, sobre todo en los granos que son tradicionalmente esenciales en México, el maíz y el frijol: aquí en creciente déficit, allá superavitarios. Para ello, las organizaciones que defienden la causa campesina proponen eliminarlos del nuevo tratado que potencialmente se firmará después de su también potencial prórroga y revisión. Tanto nuestro gobierno como los esperanzados campesinos piensan que USA y Canadá están papando moscas, dispuestos a olvidar que el TLC agrícola está convenido y firmado por México desde 1993.
El secretario de Agricultura del Gobierno Federal, Javier Usabiaga, es un cosechero exitoso en Guanajuato. Como él existen otros en las demás regiones del país, aun en Coahuila, cuyas áreas favorables a los cultivos agrícolas son muy pocas. Aquí las podemos contar con los dedos de las manos. Tampoco cuenta como agricultor de éxito uno solo de los campesinos ejidatarios, pero ni siquiera varios de los pequeños propietarios, impedidos para desarrollar sus tierras con buenas expectativas por la crisis de agua, la falta de crédito público y privado y el retraso tecnológico.
¿Qué ha pasado en el campo? Simplemente que no hemos encontrado el camino adecuado para hacerlo productivo. Y no vamos a dar con él mientras el Gobierno no logre abordar el problema con serenidad, objetivos claros y pleno conocimiento de que necesita invertir en educación, en crédito, en capitalización, en sistemas de mercadeo y garantías de resultados económicos para cada ciclo. El principal problema es que, salvo excepciones notables, la agricultura se encuentra al garete: ni el Gobierno, ni los bancos, ni la sociedad parecen interesados en apoyarla; por el contrario, dan la impresión de querer desaparecer a los pocos agricultores que se esfuerzan por salvar el mínimo 12 por ciento del territorio mexicano que cuenta con aptitud para desarrollar una regular agricultura.
Don Javier Usabiaga Arroyo, buen agricultor, es pésimo político y cometió un pecado de lesa ingenuidad al pensar que podría regañar a los campesinos cenecistas por responsabilizar al actual Gobierno de las crisis en el campo y de la falta de agua, en vez de ponerse a trabajar con las nuevas tecnologías. Fue tan dura la chifletiza que en respuesta le dedicaron los agraristas, que tuvo que abandonar el salón donde tenía lugar el evento, acompañado de sonoras expresiones. “Fuera, fuera, fuera”... Como se puede ver el horno no está para bollos. El país, en una nueva encrucijada, no resiste altas temperaturas. Bájenle, señores del Gobierno, a la flama de la incomprensión y la intolerancia para resolver lo que puedan dentro de una fresca concordia...