Siempre ha habido seres iluminados cuya espiritualidad y altos niveles de conciencia, les permiten equilibrar el desbocado e inhumano impulso destructivo del hombre: el impulso de la insensible y desensibilizadora maldad. Ahí, en el mundo del mal, se enseñorean las leyes del caos con la terrible ignorancia e inconsciencia interesada de la avaricia.
A menudo escuchamos que el mundo está en peligro. Está claro que la sociedad va por muy mal camino con un impulso destructivo arrasador. Y es que el ser humano está incontenible. No puede frenarse. Está obsesionado por lo material, el poder y la apariencia y en ese mismo proceso obsesivo, asesina su espíritu y todo lo que lo rodea. Entonces, no es de extrañar que el hombre vive en conflicto creciente, amenazador y malevolente consigo mismo y con los demás. La soberbia y la vanidad están desenfrenadas; el egoísmo brutal es la señal distintiva de estos tiempos de rabia y locura.