El mundo está regido por fuerzas mentales diversas, y no hay dudas de que existen caminos definidos. Todos somos conscientes de ello. Pero ni siquiera nos atrevemos a pensarlo. La ley de la maldad tiene sus propios caminos. Los intereses, la vanidad, los desatinos de los humanos nos conducen al abismo de la mediocridad. No podemos ignorar cuando la farsa y el engaño nos dictan sus leyes de maldad. A la gente la hemos de conocer por sus acciones, no por sus palabras o apariencias. Los hechos delatan y no hay vuelta hacia atrás. Si ya vimos la máscara de alguien que no suponíamos que la tuviera, debemos regirnos por esas leyes universales que marcan senderos. No hay que regresar o la maldad que vimos en la otra persona, se anida en lo más recóndito de nuestros corazones, que luego se endurecen como una roca. Una vez que hemos visto la verdad de las personas, no hemos de dramatizar de forma alguna o lo pagaremos cubriéndonos en el mismo manto de maldad que vimos ya.