La declaración de los Estados Unidos que da por fracasada la vía diplomática para desarmar al régimen de Saddam Hussein, revela la incapacidad del género humano para asumir los retos planteados en el escenario internacional, al fin de la guerra fría. A la caída del comunismo, las alianzas de defensa estratégica y el sistema económico concertados al término de la Segunda Guerra Mundial perdieron su eficacia y razón de ser y surgió la necesidad de generar acuerdos de voluntades entre individuos y naciones para crear un nuevo orden y atender los problemas del mundo en los temas de seguridad y desarrollo humano, que se hayan irremediablemente relacionados.
El conflicto central entre este y oeste coexistió junto a una multitud de problemas regionales con causas autónomas y preexistentes, los cuales permanecieron y se complicaron al desplome del Muro de Berlín y la Cortina de Hierro. La cuestión árabe israelí, el conflicto en los Balcanes, el problema kurdo, los separatismos, etcétera, son algunos ejemplos de esta problemática múltiple.
Las nuevas condiciones dieron un febril impulso al comercio, en base a eliminar las barreras arancelarias y promover relaciones multilaterales y bloques regionales, concebidos para lograr una estructura comercial global, que se sumó a una expansión sin precedentes en los sistemas de comunicación, sustentada en el desarrollo tecnológico.
Sin embargo los avances no han sido suficientes para enfrentar los viejos problemas locales ni los nuevos retos universales que en materia de seguridad se concretan en el terrorismo, el control de armas, el narcotráfico, el lavado de dinero y que en el plano del desarrollo se resumen en el control de las epidemias y las epizootias, la protección del medio ambiente y de manera muy especial, en la educación, el combate a la pobreza y la regulación de las empresas multinacionales.
Es evidente que el escenario generado en la última década del siglo veinte sorprendió a la humanidad y hasta ahora, no hemos sido capaces de concertar reglas y construir estructuras que correspondan a los nuevos retos, de suerte que además de las cuestiones meramente comerciales, se trabaje en una agenda política cuya atención se posterga.
Ejemplo de lo anterior lo ofrecen las relaciones entre México y los Estados Unidos que en materia de comercio llevan un paso acelerado, en comparación al tema de los inmigrantes que permanece a la zaga. Para justificar el diferimiento del punto, el Gobierno Americano aduce que la seguridad es una prioridad sin embargo, por ello mismo debe acometer el tema migratorio como parte de su seguridad.
Otro ejemplo lo ofrece la inestabilidad del mercado petrolero y la vulnerabilidad del sistema norteamericano, frente una medida tan simple como la implementada por Saddam Hussein, al cotizar el petróleo iraquí en euros en vez de dólares, al tiempo que amenaza con desatar una guerra mundial si su país es atacado.
El descuido es responsabilidad de todos los países, pero de manera especial de la potencia sobreviviente de la guerra fría: Los Estados Unidos de América. De esta culpa por omisión no escapan ni los belicosos Bush ni William Clinton, que pese a sus timbres de pacifista desactivó la fuerza diplomática de su país durante ocho años, e hizo la guerra en la zona de los Balcanes de manera unilateral y de propia autoridad, sin el apoyo de resolución alguna de los organismos internacionales.
Por lo que hace a los conflictos regionales armados, también es poco lo que han hecho sus protagonistas como se observa en el caso árabe israelí, en el que los extremistas de ambas partes han asumido el mando, frustrando los esfuerzos pacificadores emprendidos décadas atrás.
El caso de excepción en la lucha por la construcción de estructuras internacionales que privilegien la cooperación y la solución pacífica de los conflictos lo ofrece la Unión Europea y la Comunidad Económica que en esa región, han atendido las vertientes tanto política como económica de aquellas sociedades, a la par y sin descuidar ningún tema.
El fracaso de la diplomacia y consiguiente guerra posible, nos fuerza a reflexionar sobre la necesidad de avanzar en el tratamiento de los temas políticos y del desarrollo en paralelo, como vectores de una misma dinámica hacia la paz. Sea cual fuere el desenlace de la crisis iraquí, la construcción del nuevo orden mundial sigue siendo la prioridad.