MÉXICO, DF.- La búsqueda del bienestar conoce pocas barreras y aún cuando es cierto que la gente debe estar atenta ante los engaños de los charlatanes, hay corrientes alternativas que pueden ayudar a conservar la salud. Entre ellas está la aromaterapia, un concepto relativamente nuevo, que contempla el uso de plantas aromáticas.
Los expertos en esta materia dicen que los beneficios que proporciona al cuerpo humano son numerosos al ser aplicada, ingerida o inhalada, y por ello ha sido una constante en casi todas las culturas del mundo desde épocas ancestrales.
Existen tratados de medicina del Lejano Oriente de hace más de cinco mil años, en los que se relata el uso de plantas aromáticas y sus esencias para encontrar el equilibrio en el cuerpo humano y aliviar dolencias o estados de ánimo.
Por ejemplo, en el 2000 a C., el emperador chino Kiwang-ti describía las propiedades curativas que tienen las plantas como el ruibarbo que se utilizó como laxante y estimulante del estómago e hígado, o la granada, fruto que preparado en diversas dosis, ayuda al organismo a expulsar los parásitos intestinales como la solitaria.
Se sabe que los egipcios utilizaron las esencias aromáticas para efectos curativos, cosméticos y en la preparación de los cuerpos para su preservación en el viaje a la eternidad. Médicos de la época prescribían mirra como antiinflamatorio. Los griegos y romanos daban gran importancia a los placeres de la vida, en los cuales se incluía el uso de las esencias aromáticas.
El padre de la medicina moderna, Hipócrates, escribió sobre el uso y capacidad de las esencias de plantas aromáticas. Fueron los árabes -en el Siglo XI- quienes rescataron los conocimientos grecolatinos sobre la capacidad y la utilización de los vegetales y es Avicena quien perfecciona el arte de la destilación de los aceites esenciales de éstos.
En los Siglos XVI y XVII, más de 100 aceites esenciales fueron utilizados en la investigación de diversas fórmulas. A principios del Siglo XX, el químico francés René M. Gottefosse, el padre de la aromaterapia, constató las propiedades antisépticas y curativas de los aceites, demostrando que la estructura molecular de estas sustancias es absorbida por la piel y expuso que con la inhalación de ciertos aromas era posible aliviar estados de ansiedad y depresión en las personas.
En los años 50’s, Jean Valnet, médico y presidente de la Societe Francaise de Phytoteraphie, contribuyó a que los médicos aceptaran el poder de las plantas y aceites para el remedio de ciertos malestares.
Hoy en día, la aromaterapia se define como “la rama de la medicina alternativa que utiliza los aceites esenciales de ciertas plantas como método terapéutico para promover la salud en procesos físicos y anímicos’’.
Los aceites esenciales provienen de flores, hojas, tallos, cortezas, raíces, frutas, resinas, musgos de árboles, plantas y hierbas. Su principal característica es su ligereza y delicada textura, son esencias altamente concentradas. Su composición química es muy variada, compleja y contiene un alto valor terapéutico.
Aceites esenciales
Se trata de productos químicos que forman las esencias odoríferas de un gran número de vegetales. El concepto “aceite esencial’’ se aplica también a las sustancias sintéticas obtenidas a partir del alquitrán de hulla, y a las semi sintéticas preparadas a partir de los aceites esenciales naturales.
Cualquier perfume, al ser inspirado, produce un efecto alquímico instantáneo y cada uno de los aromas puede influir de distintas formas en los mundos sutiles.
Éstos pueden transferirse por medio de perfumes, óleos, sahumerios, inciensos; y hay horas, días y formas como captarlos y asimilarlos, usos distintos u ocasiones astrológicas especiales en que se recomienda encenderlos.
Los aceites esenciales se encuentran ampliamente distribuidos en unas 60 familias de plantas que incluyen las compuestas, labiadas, lauráceas, mirtáceas, pináceas, rosáceas, rutáceas, umbelíferas, etc.
Se les puede encontrar en diferentes partes de la planta: En las hojas (ajenjo, albahaca, buchú, cidrón, eucalipto, hierbabuena, limoncillo, mejorana, menta, pachulí, quenopodio, romero, salvia y toronjil). En las raíces (angélica, asaro, azafrán, cálamo, cúrcuma, galanga, jengibre, sándalo, sasafrás, valeriana y vetiver).
En el pericarpio del fruto (limón, mandarina y naranja); en las semillas (anís, cardamomo, eneldo, hinojo y comino); en el tallo (canela y caparrapí); en las flores (árnica, lavanda, manzanilla, piretro, tomillo, clavo de olor y rosa); y en los frutos (alcaravea, cilantro, laurel, nuez moscada, perejil y pimienta).