Habrá un performance en El Cafecito del Fondo e instalarán un altar para Elena Garro.
EL SIGLO DE TORREÓN
TORREÓN, COAH.- Hoy, a partir de las 19:30 horas, en El Cafecito del Fondo de la Librería del Fondo de Cultura Económica, anexa al Teatro Isauro Martínez, se realizará un performance titulado “La Muerte de Todos los Días’’, con la participación de los actores Raúl Esparza y Cony Múzquiz
Simultáneamente se expondrá un altar de muertos en homenaje a la dramaturga Elena Garro y, finalmente, se abordará y analizará el tema de la muerte desde el punto de vista de diferentes culturas y concepciones: Budismo, a cargo de Laura Elena Cepeda Urbina; maya, con Elías Agüero Díaz Durán y celta, por Édgar Morales Saucedo.
El budismo podría ubicarse dentro del espíritu del primer razonamiento. Si bien no aparece como una religión teísta, la práctica espiritual que transforma la muerte en algo que no hay que temer demasiado.
Se sustenta en una metafísica en la que la muerte no es contemplada como un proceso terminal, y aunque se convierta en un final, éste presenta características positivas, puesto que se ha agotado la serie continua de las reencarnaciones en un marco de sufrimiento, miedo y frustración.
Para Sogyal Rimpoché, desde el punto vista budista, la vida y la muerte son un todo único, en el cual la muerte es el comienzo de otro capítulo de la vida. La muerte es un espejo en el que se refleja todo el sentido de la vida.
Por su parte, los mayas concebían el Universo conformado por tres planos: cielo, Tierra e inframundo. En el primero, que está dividido en trece planos, habitaban los astros que crean dioses e itzamná, el dios supremo, quien proporcionaba vida a todo el cosmos. Pensaban que la Tierra era parecida a una placa plana flotando en el agua, vista también como un enorme cocodrilo con vegetación sobre el lomo. El inframundo tenía nueve planos, en el más recóndito se encontraba la residencia de Ah Puch, la deidad de la muerte, que por lo regular era representada con un esqueleto humano.
Cielo, Tierra e inframundo se dividían, a su vez, en cuatro sectores que concordaban con los puntos cardinales; a cada uno de ellos le correspondía un color característico y en cada uno había una ceiba, considerada árbol sagrado del mismo color.
La fiesta samauhin o samain que se conmemoraba el primero de noviembre, “fin de verano”, sam-fuim, vocablo que también ha recibido el significado de “reunión”. En Irlanda, se encendía un fuego en el centro del poblado al que acudía la gente para conseguir llamas que activasen un nuevo fuego en sus hogares. Era el tiempo de los “espíritus”. Las puertas del más allá quedaban abiertas; se fundían dos dimensiones, las de los vivos y las de los muertos.
También se celebraba, durante tal día, la “unión” del dios Dagda y de la diosa Morrigu, señora de los espectros, que proporcionó a su amante indicaciones precisas para vencer a los fomoré, los cuales curiosamente, como veremos, eran precisamente unos seres fantasmagóricos con matiz demoniaco.