Gómez Palacio, Dgo.- Los de arriba tienen algo en común: a diario deben sortear las dificultades para salir o llegar a sus casas. Y es que para vivir en el Cerro de la Cruz o Cerro de la Pila, es necesario una buena condición física, además de hacerla de plomero, electricista hasta trabajador del Sideapa. Hay que saber un poco de todo para arreglar desde una fuga de agua, el alumbrado público, incluso desazolvar el drenaje.
Desde hace 26 años doña Adela Arizola de Esquivel vive en el Cerro de la Cruz, ha sido testigo tanto del progreso y atraso urbanístico de la colonia. Por eso se enfada cuando platica que desde hace tiempo una y otra vez han solicitado un contenedor para depositar la basura.
Doña Adela tiene razón en enfadarse. Los perros siempre escarban entre las bolsas de basura para encontrar un poco de comida o lo que sea. Luego los desechos quedan dispersos por todo el pavimento.
?Dicen que los camiones no pueden subir a las calles porque por el peso del vehículo se iría para atrás, después cuando las señoras anduviéramos corriendo detrás del camión para darles la basura, pues nos atropellarían, en eso sí tienen razón, por eso les pedimos el contenedor?.
En el Cerro de la Cruz además de utilizar los pies para llegar a las casas, hay quienes deben usar las rodillas y manos para trepar por los barrancos. Se requieren escalinatas. Más de un vecino se ha roto los huesos al tratar de llegar a sus hogares, sobre todo cuando llueve porque las piedras son más resbaladizas que de costumbre.
Candelaria Alemán Zúñiga dice estar harta de los vagos. El patio de su casa da a la cima del Cerro de la Cruz, el lugar favorito de los jóvenes para emborracharse o drogarse. Los ladridos de su perro ?Boby? no los ha logrado intimidar, al contrario no se cansan de golpearlo, ya hasta le quebraron una pata y por eso cojea.
Los policías, dice Candelaria, nunca suben al cerro para vigilar.
?Nada más pasan por abajo en las patrullas, además de darles flojera de caminar para cuidar bien, les tienen miedo a los vagos y malvivientes?.
La calle De la Llave está pavimentada, pero hay más casas sobre el Cerro de la Cruz y el camino en algunos tramos es de tierra, en otros está lleno de piedras filosas que cortan la piel o rompen los huesos cuando alguien cae.
?Deberían de construir unas escaleritas, el piso se pone bien resbaloso, mi vecina el otro día se rompió una mano y yo hace meses me quebré una pierna?, dice doña Adela.
La vida en el Cerro de la Pila es similar. María Concepción Frausto nunca ha contado cuántos escalones hay en la escalinata, pero le parecen interminables. Aquí hay que detenerse de vez en cuando para tomar aire y seguir el camino.
A María Concepción le cuesta conciliar el sueño por las noches. Todos los vecinos deben dejar sus vehículos estacionados en las calles de abajo y en más de una ocasión los han robado. De no ser porque a la camioneta de su marido se le acabo la gasolina cuando la hurtaron, tal vez jamás la hubieran encontrado.
Todos los candidatos a alcalde, dice, cuando andan en campaña prometen lo mismo: construir en la calle Josefa Ortiz un acceso para los vehículos, pero nunca se ha cumplido. Hasta Carlos Herrera les quedó mal.
Los habitantes del Cerro de la Pila a veces la hacen de plomeros y hasta de electricistas. Han tenido que aprender porque ni en Sideapa ni en Alumbrado Público les han hecho caso.
Después de tres años de insistir para que repararan la lámpara ubicada en la calle Galeana y Aldama del Cerro de la Pila, doña Pánfila Hernández se hartó y optó por comprarla, sin embargo tuvo que seguir a oscuras porque el nuevo foco no fue suficiente, algo más anda mal en el arbotante, pero por temor a electrocutarse, prefirieron dejarlo por la paz.
Igual de fastidiado está Bartolo Chavarría, a quien el tiempo se le va arreglando las fugas de agua con lo que encuentra: pedazos de manguera o bolsas de hule, pero peor es desazolvar el drenaje, entonces tiene que aguantar la respiración para soportar los malos olores.
Como peculiar panorama, los habitantes del Cerro de la Pila tienen los barrancos, desde ahí pueden observar todo tipo de desechos desparramados y hasta las pintas que los graffiteros hacen sobre las piedras, también ven cuando los policías nada más pasan por abajo sin animarse a subir.
Vive en el encierro
A don Moisés se le atoran las palabras en la garganta. Hace esfuerzos para no dejar salir las lágrimas de sus ojos. Todavía no puede olvidar el asalto del que fue víctima hace cuatro años. Los golpes fueron tan fuertes que lo dejaron postrado en una silla de ruedas.
Desde entonces don Moisés Alemán Zúñiga vive en la cima del Cerro de la Cruz. Nunca, ni por error, puede salir para ver otras cosas que no sean las cuatro paredes cuarteadas de su casa. De nada le sirvió tener diez hijos, todos le pagaron mal.
Por eso Candelaria, su hermana, desde hace ocho meses se hace cargo de él. Y es que dice, los hijos de don Moisés lo dejaban ?tirado? afuera de sus casas.
?Alguien lo tiene que cuidar, nada más una hija suya le trae comida, pero a los demás no les importa?.
Para llegar al cuarto de don Moisés hay que trepar por las piedras del cerro. No hay una escalinata que facilite el camino. Por eso cuando enferma, su hermana pide la ayuda de los vecinos y entre todos logran bajarlo, pero el camino es difícil y los peldaños traicioneros, en más de una ocasión se les ha caído.
?De milagro no se ha roto un hueso?, dice Candelaria. De inmediato advierte a su hermano. ?No llores. Usted perdone, lo que pasa es que le baja la presión cuando se pone triste?. Y es que don Moisés no se acostumbra a vivir encerrado entre cuatro paredes.
Para dejar pasar el tiempo don Moisés ve una pequeña televisión a blanco y negro. Aún no le salen llagas en el cuerpo, su hermana se encarga todos los días de quitarlo de la cama para sentarlo en un viejo sillón, pero el asiento está tan hundido que queda de lado.
Cuando la situación económica es más difícil para don Moisés y Candelaria, no les alcanza para comprar pañales. Entonces hay que traer un bote para que haga sus necesidades en él, pues en la cima del Cerro de la Cruz no hay drenaje para poder contar con un sanitario y las piedras no dejan construir cuando menos una letrina.
En ningún lado han querido ayudar a don Moisés, ni en el DIF ni en la Presidencia Municipal. Candelaria les pidió material de construcción o por lo menos hule para protegerlo de las goteras cuando llueve, también trató de conseguirle una despensa para que no tuviera que vivir de lo que su hija le quisiera dar, pero nada logró.
Por eso a don Moisés no le queda más remedio que tener una vida de encierro y de mucha necesidad, en su cuarto marcado con el número 714 de la calle De la Llave, justo en la cima del Cerro de la Cruz.