Albergues invernales se encuentran cerrados y sin guardia para atender a personas que diariamente pernoctan en la vía pública soportando las heladas
El riesgo de caminar entre automóviles aumenta en un fin de semana decembrino. Son las dos de la madrugada. Cuatro grados de temperatura ambiente golpean fuertemente el frágil cuerpo de Lluvia, una pequeña de apenas ocho años de edad. Por sí misma, la imagen de la solitaria niña en el crucero de las avenidas Libertad y 20 de Noviembre es deprimente.
Pero no está sola. En el fondo del arrumbado cajero automático que nadie visita están su madre y su hermano Oscar, de 12 años. Ellos son parte de una numerosa familia que vive de la caridad en la capital de Durango.
A ocho cuadras de distancia, entre dos grandes construcciones hay otra historia de carencia, olvido e indigencia. Paulina, con más de 50 años pesando sobre sí, duerme todas las noches en una banca en el corredor ubicado entre el Hospital General y el Templo del Sagrado Corazón.
Dice que hizo su pequeña morada en ese sitio desde que su madre estaba hospitalizada. Hace años murió. Sin embargo, enferma de sus facultades mentales, con sólo dos ralas cobijas encima, Paulina enfrenta cada madrugada la extrema temperatura que se vive en la víspera de Navidad.
No muy lejos, en la Plaza de Armas, cualquiera de las recién instaladas bancas de hierro forjado se convierte en el camastro de Ricardo Rodríguez Gracia, de 51 años, quien a pesar de tener casa propia en el Predio La Virgen, donde su esposa lo extraña cada noche, se ve en la necesidad de soportar el fuerte frío.
Poco más de cien pesos al día para mantener el gasto familiar alientan al acabado hombre. Su misión: cuidar los carritos de los boleros que de día lustran calzado en ese sitio. Con asiento individual cada limpiazapatos le paga cinco pesos; con sillón doble, diez pesos.
A las 6:30 de la tarde, don Ricardo se dirige a diario al visitado lugar que fue adornado con miles de luces navideñas, como parte de la imagen de temporada del Centro Histórico.
A las siete horas del siguiente amanecer, con la ayuda de Dios como él dice, podrá llevar algo qué comer para él y su mujer; antes, sin embargo, trabajará unas horas en la boleada. Teniendo un cálido colchón en su hogar, dormir en la calle le cuesta más.
SIN REFUGIO
Habilitado por la actual Presidencia Municipal como albergue disponible las 24 horas del día desde el pasado mes de septiembre, el gran establecimiento ubicado en bulevar Dolores del Río esquina con Gómez Palacio está más silente que un cementerio. No hay nadie, ni guardias ni albergados.
Por la única rendija de cuatro centímetros del lado derecho del portón, el cual muestra un enorme logotipo que identifica al gobierno capitalino, sopla con mucha fuerza un viento seco y demasiado frío. La temperatura ha bajado un grado más y seguirá disminuyendo conforme pase la noche, dijeron en la radio.
Son las 00:30 horas. El timbre fue activado decenas de veces. El repique del sonido se pasea por cada uno de los desolados cuartos y en las oficinas. Nadie contesta el llamado de un pordiosero de nombre José, quien por fin se animó a pasar una noche sin tanto frío y sin esa hambre perenne de días de malcomer, a los que ya casi se acostumbró.
Alguien le dijo a este pordiosero que en el albergue municipal le brindarían el calor de cuatro paredes y una cobija; a alguien escuchó decir que hasta les daban cena caliente y desayuno muy temprano, sin que eso implicara un claustro obligatorio.
Y sí se lo creyó. Después de ir este fin de semana y no encontrar siquiera a un velador para platicar con él, regresó a la morada que ya ha hecho suya en las oscuras calles cercanas a la Catedral.
INVIERNO CRUEL
Las versiones no coinciden. Lluvia Montero, la niña que pide limosna desde las nueve o diez de la noche hasta las dos o tres de la mañana en Libertad y 20 de Noviembre, cuenta a los automovilistas, a los que pide caridad, que su madre está en casa muy enferma del corazón; que una señora la cuida para llevar algo de dinero al hogar pidiéndolo en las calles; que no tiene frío, a pesar de traer encima sólo un maltratado suéter azul cielo.
Antes de irse a trabajar, alcanza a ver por televisión la novela ?Velo de Novia?. Acabando su emisión, comenta, sale de su domicilio ubicado en la calle Batallón de San Patricio de la colonia El Refugio, para ocupar el rincón del cajero automático que prácticamente ha hecho propiedad suya por unas horas cada día.
Desde ahí, acurrucados en unas cobijas, la madre de Lluvia, Sofía, y el adolescente hermano de la niña, Óscar, hacen como que cuidan a la menor mientras ella torea cada tres o cinco minutos a los vehículos que, entrada la madrugada, esperan a que cambie la luz roja a verde para continuar su recorrido nocturno.
POR 30 PESOS
La desaliñada mujer, con unos 40 años de edad, se asusta cuando algún automovilista le parece sospechoso por hacerle muchas preguntas a la niña. Sin embargo, no se acerca para evitar algo que pudiera significarle un daño a su hija. Simplemente se aleja o se esconde para no ser vista, para no ser juzgada por la gente como explotadora de menores.
?Es que me critican mucho, pero no saben mi situación. Yo tengo siete hijos, mi esposo se fue a Estados Unidos; no sé nada de él. Por las mañanas lavo ajeno cuando hay chamba, en la noche salimos a pedir algo en este crucero. Pero no crea, a Óscar ya no le quieren dar limosna, le dicen que se ponga a trabajar. Por eso nomás anda Lluvia, nosotros la cuidamos desde aquí?.
Son las 2:30 de la madrugada del sábado. El anuncio espectacular de un centro comercial de 20 de Noviembre reporta tres grados de temperatura. Lluvia y su familia ya se fueron del crucero con a lo mucho 30 pesos, aseguran, y casi la mitad del dinero lo gastarán en el taxi de regreso.
CERRADO
Alguien miente
Mientras las autoridades aseguran que el albergue municipal del Programa de Atención a Menores y Adolescentes en Riesgo (PAMAR) funciona a diario las 24 horas del día, y que incluso en esta temporada invernal está recibiendo un promedio de 27 personas por noche entre indigentes y niños de la calle, El Siglo de Durango comprobó totalmente lo contrario.
A las 11:30 de la noche, se hizo el primer recorrido hacia dicho local ubicado en bulevar Dolores del Río esquina con Gómez Palacio, reportero y fotógrafo atestiguaron que las oficinas estaban cerradas con llave y en su interior sólo se alcanzaban a visualizar entre la oscuridad dos piñatas, cobijas en los anaqueles, computadoras apagadas y radios de comunicación aparentemente siendo cargados de las baterías.
Luego, se timbró insistentemente hasta de plano entender que ni siquiera un velador permanecía en ese sitio. La siguiente visita fue en la primera hora del sábado, con el mismo resultado. Casi a las 02:00 de la mañana alguien se acercó y timbró en busca del servicio del albergue, vestía humilde y claramente se notaban los estragos que las bajas temperaturas causaban en su cuerpo, caminaba encorvado, tratando de calentar sus manos en las axilas, estirando sobre sí una delgada y sucia chamarra; Necesitaba auxilio pero no encontró lo que buscaba, ni siquiera quién lo atendiera. Pasadas las 03:00 horas, la situación fue similar, nunca hubo nadie en el refugio del PAMAR y así, la publicidad de los voceros gubernamentales quedó sólo en eso, en publicidad.