“Yo creo que el actual Gobierno Federal es esencialmente socrático” me dijo con una sonrisa socarrona mi viejo amigo, el filósofo de la plaza San Francisco. Descendía yo, en ese momento, de la tambaleante periquera en que me trepo para que mi aseador de confianza cumpla, una vez por mes, con la ímproba tarea de abrillantar a punta de jabón, grasa y pintura mis vetarros, maltratados y comodísimos choclos negros.
Había escuchado perfectamente la frase contundente el filósofo, pero me hice el desentendido. A veces no tengo ganas de convertirme en el patiño de un payaso de carpa...
“Yo creo que el actual Gobierno Federal es socrático, en esencia” repitió en voz suficientemente alta como para que voltearan las cofrades del cordón de San Francisco, que salían de rezar el Vía Crucis de la bella iglecita donde se venera al Santo de Asís.
“Viejos borrachos” dijo una de ellas apurando el paso. Vistas las circunstancias opté por no responder a la convocatoria del pensador, pues sabía que me iba a meter en un embrollo retórico de los diez mil diablos: -Si, ya le escuché, no necesita gritar. Mire usted, ya espantó a las hijas de San Francisco. ¿Y ahora qué sigue? ¿Quiere que le pregunte por qué considera que el gobierno de Vicente Fox es socrático?... Dígamelo ya y ahórreme palabras...
-Cálmese señor, tómelo con prudencia. ¿De veras quiere saber la razón por la que pienso que el gobierno de Fox tiene la pinta de socrático? Doy por afirmativo el gesto de su rostro y procedo a responderle: El gobierno foxista es socrático porque sólo sabe que no sabe nada, aunque crea que lo sabe todo. -Gracias, hombre le dije qué magnífica ocurrencia. Viera que jamás pensé en esa obviedad. No tiene remedio, en inteligencia, erudición y mordacidad nadie es como usted...
Mi amigo, el jubilado, se me quedó mirando como si fuera el pagador de su pensión y hubiera extraviado la miserable mesada que le entrega el IMSS cada treinta días: con ánimo furibundo. Pero nadie le gana a terco y cuando tiene deseos de meterse en honduras filosóficas, tampoco hay alguien que lo pare.
Carraspeó a profundidad, tosió secamente y despertó a un perro que dormía la siesta en la banqueta, bajo los cálidos rayos de un Sol en declinación. El filósofo chistó al chucho que empezaba a ladrar y continuó su perorata: -Al buen colega Aristóteles le faltó visión cuando definió al Estado como “la comunidad de familias y gentes que desean alcanzar una vida suficiente y perfecta en sí misma”.
De haber alcanzado a prever lo que el Estado llegaría a ser con el discurso del tiempo, no habría vuelto a tocar el tema. Y menos si pudiera ver lo que nosotros, simples e ignorantes mortales, vemos ahora. Dígame usted, si es que se acuerda, ¿qué le dijeron en la escuela de Leyes que era el Estado?
Claro que me acordaba, como si estuviese oyendo a José Fuentes García pronunciar el concepto de Ley del sobre el Estado, el cual repetí lentamente en el oído, mugroso pero atento, del filósofo placero: “El Estado se constituye por un pueblo y un territorio, regidos por un poder supremo que puede ser demócrata o puede ser autócrata”.
Quería impresionar a mi interlocutor, pero éste, enojado, no lo permitió: -¡Bravo, amigo! Como dijo Luis XIV “El Estado soy yo”, aunque ya vio: el reycito perdió la cabeza por andar diciendo tales tarugadas. Usted, como él en su tiempo, tampoco percibe la existencia de la democracia, contraparte de la monarquía y sigue siendo miembro del PRI, partido que ejerció el presidencialismo autoritario y piramidal como si fuera un regio absolutismo...
-No manche, compañero, -repuse y mejor dígame por qué a tres años de la elección de Fox, con la que usted estuvo de acuerdo, ahora me resulta más picante y crítico que un guiso con carne de Manuel Bartlett y Cuauhtémoc Cárdenas salseado en chile habanero.
¿No alcanzó nada en el reparto de posiciones? ¿Ni siquiera una delegación federal en la Selva Lacandona o un consulado en Transilvania?...
-Tal cosa me dice, ignaro socrático. Lo pondré en su lugar: usted, como Fox, están en la Luna. Nada saben de nada. Y esa es nuestra desgracia, pues quienes se mueven en las alturas de un gobierno nihilista dicen que saben a dónde van, pero extravían las rutas y pierden el rumbo de la Nación.
¿Cómo es posible tal desorden en el gabinete presidencial? ¿Quién entiende a Creel cuando se pone a hablar de instrumentos fiscales, a Gil Díaz cuando nada de muertito en torno a sus responsabilidades, a Fox cuando dice que no dijo lo que dijo pero que de todos modos cumplirá su deber presidencial?...
No quise seguir escuchando aquella retahíla de infames acusaciones. Y cuando el filósofo de la plaza San Francisco se levantó de la banca con cierta elegancia mímica para continuar sus disquisiciones políticas en plan peripatético, me abroché los zapatos recién lustrados y rezagé mi paso respecto a su andar mayestático, hasta que sólo escuché, en la lejanía, el eco vibrante de su voz: “El Estado es la organización de la coacción social”, ¡Arriba el PRI, raza! ¡No al IVA exactor!... ¡Viva la Gordillo! ¡Viva el Madrazo! ¡Mueran los Sócrates!...