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Panorama electoral/¡Al abordaje!

Sergio Aguayo Quezada

En diciembre meditaron y al despuntar el 2003 ya habían optado por lanzarse a la conquista de votos para su partido. Regresó Vicente Fox a la brega acompañado por una esposa que se muestra desinhibida y cargada de energía. ¿Lograrán empujar al PAN a una mayoría en la Cámara de Diputados o sólo añadirán confusión al desorden existente?

A finales del 2002 el Gobierno Federal enfrentaba una situación particularmente difícil. Las reformas estructurales que la mayoría esperábamos seguían sin materializarse y de los círculos más informados salía un torrente de críticas al desorden del gabinete y a la debilidad del carácter presidencial. Fuentes bien informadas me dicen que en Los Pinos llegaron al convencimiento de que la principal causa de la parálisis se atribuía a los partidos que forman mayoría en el Congreso. Según el razonamiento de los que al final triunfaron, el remedio estaba en que Acción Nacional los derrotara en las urnas el próximo seis de julio. Con ello, argumentaban, se modificaría el equilibrio de fuerzas, lo que abriría las puertas a los cambios que el país requiere. El portento embrujaría a una ciudadanía que, agradecida, se volcaría en las urnas para consagrar otra victoria panista en las presidenciales del 2006. El idílico desenlace requería de un ingrediente indispensable: que Vicente Fox se lanzara a hacer campaña a favor de su partido aprovechándose, para ello, de la enorme ambigüedad que existe sobre lo qué pueden y no pueden hacer los funcionarios que pertenecen a partidos. La estrategia panista recorre dos vías paralelas. En la primera, el partido y sus candidatos han vuelto a armar su propuesta en torno a la idea del cambio. Realzan los logros de los últimos dos años para, después, machacar la imperiosa necesidad de “quitarle el freno al cambio”. Vicente Fox, por su parte, utiliza una parte de su escaso tiempo libre para acercarse a los electores. Ha visitado iglesias y mercados, inaugurado obra y saludado niños. No hay duda de que la gente sigue queriéndolo pero no es claro si el cariño se traducirá en votos a favor de Acción Nacional. De entrada, no está gustando nada que el Presidente promueva a su partido (en una encuesta nacional de enero del 2003, dice que el 61 por ciento de las y los mexicanos piensan que Fox debe “abstenerse” de apoyar a su partido) confirmando que sigue bien firme la creencia de que el jefe del Ejecutivo está por encima de los partidos. Tampoco está claro qué tanto afecta el activismo presidencial a las intenciones del voto. Al menos una encuesta nacional, la del Instituto de Mercadotecnia y Opinión, acaba de dar cifras que contradicen el éxito de la estrategia. Según esta empresa el PRI recibe 34 por ciento de la intención del voto, el PAN el 33, y el PRD se queda en el 15 (El Economista, 12 de febrero, 2003).

A reserva de que vayamos conociendo otros resultados, vale la pena comparar esas cifras con los resultados del año 2000 para abordar uno de los enigmas de este año: ¿A dónde irá el voto útil que otorgó el triunfo a Vicente Fox? En el año 2000 la votación por presidentes se dividió de la siguiente manera: Fox recibió un 42.52 por ciento, Labastida un 36 y Cárdenas casi 17. Si tomamos en cuenta la intención de voto reportada en el párrafo anterior, todos los partidos han perdido puntos en los dos últimos años destacando el PAN que se cayó en casi nueve puntos. Aunque todavía faltan cuatro interminables meses para la jornada electoral y las cifras seguramente se modificarán, hay razones que me hacen pensar que la estrategia presidencial no tendrá el éxito esperado y que perdió para siempre la mayor parte de ese “voto útil”. Resulta natural que la consiga panista de quitar el “freno al cambio” convenza al voto duro del PAN, pero difícilmente llevará a las urnas a los millones de electores que razonan su voto. En el 2000 una buena parte del centro-izquierda desilusionado con el PRD y con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas sufragaron por Fox porque era la única forma posible de sacar al PRI de Los Pinos.

En estos dos últimos años, ese electorado se ha ido convenciendo de que los obstáculos no surgieron solamente entre los opositores. Para ellos buena parte del “freno al cambio” salió desde dentro del gobierno de Vicente Fox, al que faltó determinación para impulsar las reformas que hacían falta. Es revelador constatar lo extendida que está la interpretación. Según la Consulta Mitofsky de noviembre del 2002, a Vicente Fox la mayor parte de la ciudadanía le aplaude su “cercanía con la gente” y la “tolerancia” hacia quienes le critican. Sin embargo, a la hora de calificar el “liderazgo” presidencial se derrumba la tasa de aprobación. En el 2000 un 69 por ciento aprobaba su calidad de líder; dos años después sólo tenía un 32 por ciento. La opinión cada vez más generalizada es que el Presidente es un hombre bueno y decente pero débil ante adversarios y aliados. Con diagnósticos como ése, se entienden las reticencias para votar por el PAN: hacerlo no garantiza que se dará el cambio que la mayoría ambiciona. Hay suficiente evidencia para apuntalar esta interpretación. En los meses posteriores a su toma de posesión al interior del gobierno de Fox triunfaron quienes argumentaban que la gobernabilidad del país, y los cambios estructurales, requerían algún tipo de entendimiento con el PRI y el viejo régimen. Uno a uno fueron extinguiéndose los cirios que se habían prendido con la esperanza de marcar una clara distancia frente al pasado. Todavía ahora, siguen sin caer los grandes responsables de la corrupción y de las violaciones a los derechos humanos. Ya se vienen otras elecciones federales y lo único claro es una gran crispación en el ambiente político. Además de las riñas que surgen por doquier y casi por cualquier tema, la entrada de la pareja presidencial a la liza electoral está alentando a que gobernadores y presidentes municipales se metan a la disputa por el electorado utilizando, para ello, las prerrogativas que les concede el cargo. Lo previsible es un incremento en la intensidad de la disputa y una generalización del juego sucio.

En los primeros meses de esta campaña lo realmente novedoso es el protagonismo adquirido por la primera dama. Durante la campaña presidencial Marta Sahagún demostró su capacidad organizativa. En este 2003 es obvio que dejó de preocuparse por las críticas y la corrección política para lanzarse, retadora, a reunir fondos, muchos fondos, y a cortejar -de palabra y hecho- a las multitudes (panistas o no). Se repiten acciones cada vez más audaces lo que lleva a la señora Sahagún a ocupar generosas porciones del escenario político. Persiste la incertidumbre sobre los resultados del seis de julio y no está asegurado que el PAN obtenga la mayoría en la Cámara de Diputados. Independientemente de ello, el primer saldo es que el conservadurismo mexicano está encontrando un liderazgo claro y firme en Marta Sahagún. No sólo el PAN se lanza al abordaje de una mayoría legislativa. También ella lo hace y sólo queda preguntarle sobre su objetivo final.

La miscelánea

Hace una semana mencionaba en este mismo espacio las aberraciones cometidas por tres dependencias federales. Víctor Lichtinger, titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), respondió con una cortés llamada telefónica seguida de varios recortes de prensa: Inocente León Pineda (delegado de la Profepa destituido en Guerrero después de informar sobre la contaminación de las playas) recibiría una oferta para ser reubicado en otro puesto dentro de la Semarnat y esa dependencia publicará próximamente información muy amplia sobre la contaminación de las playas mexicanas.

Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx

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