Iraq es una creación totalmente artificial de los ingleses, quienes, para acaparar dos campos petrolíferos, el de Kirkuk y el de Basora, que estaban separados entre sí, tuvieron la ocurrencia de juntar tres pueblos a los que todo continuaría separando, los kurdos, los persas y los árabes, alrededor de una capital olvidada, Bagdad; que “Irak es una locura de Churchill” se dice a menudo y es cierto. Pero cuando se da vida durante años a ciertas locuras, al final se convierten en realidades. ¿Ha llegado a ser una realidad la “locura iraquiana de Churchill”, existe actualmente una nación iraquí? Todo el problema iraquí reside ahí.
Los kurdos –qué duda cabe– no quieren formar parte de la nación iraquí, aunque de vez en cuando y movidos por las necesidades de su causa, declaran que están dispuestos a confraternizar con ella. Todos los kurdos, o casi todos continúan soñando con una gran nación kurda que agruparía a los kurdos de Irak, los de Irán, los de Turquía, los de Siria y, por qué no, los de la URSS. Hay cerca de tres millones de kurdos en Iraq, sobre un total de diez millones de iraquíes; como se ve, se trata de algo muy importante. La nueva guerra que ha empezado (62/70) es –para Bagdad– una guerra civil, mientras que para los kurdos es una guerra de independencia.
Y luego hay los denominados persas. En realidad son los chiítas. Iraq es la frontera, una de las fronteras más bien, que separan el Islam sunita del Islam chiíta. Esta división es muy sutil y engañosa, ya que se encuentran chiítas en Líbano y sunitas en Afganistán, por ejemplo; pero en Irán se cree que el sunismo es el Islam árabe y que el chiísmo es el Islam no árabe, o sea, el de los iraníes; así pues, los chiítas dan a menudo la impresión de extranjeros, y hay que reconocer que el gobierno de Bagdad no hace nada para atenuar esta especie de ostracismo; en varias ocasiones ha expulsado a Irán a algunos chiítas, que no son sino iraquíes, acusándolos de ser espías a sueldo pagados por Teherán; en 1973 expulsó a más de 50 mil pobres diablos chiítas en condiciones verdaderamente crueles y sin ninguna clase de explicación.
Y ahí encontramos uno de los temas tabús de Iraq, que en los años venideros va a ser la clave de las grandes dificultades con las que se enfrentara el país.
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La mayor parte de los políticos de Iraq han salido de un pueblo, por no decir de una aldea. El antiguo vicepresidente Takriti, actualmente el segundo de a bordo del país, Saddam Hussein, el presidente Bakr, etcétera.
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Rápidamente (1968) se hace notar un hombre joven, simpático, decidido, siempre al lado del presidente Hassan el Bakr (llegado al poder por un golpe de Estado) de quien parece ser el niño mimado, otras su delfin y otras su adversario. En realidad, se convirtió en seguida en el hombre fuerte del país. Pudorosamente se le llama “el número dos” de Iraq; de hecho es el número uno.
Detengámonos un poco en este personaje, que quizá sea el primer iraquí verdadero; es demasiado joven para que haya podido conocer realmente el colonialismo inglés y los comienzos exaltados del baasismo, pues sólo cuenta treinta y cinco años. Representa, pues, a la joven generación árabe, y eso es lo que lo apasiona. Tanto para él como para los de su generación, el vocabulario político, los slogans han sido un terrible engaño para el mundo árabe. Saddam Hussein es un tecnócrata que toma la realidad a brazo partido. El baasismo, el imperialismo, “todas las palabras terminadas en ismo” son palabras de las cuales se quiere desprender. Y sin embargo, se crió en el serrallo. A los diez y siete años era ya miembro del partido baas. Autodidacta, escaló poco a poco todos los peldaños del aparato. Incluso se dice que participó en un intento de atentado contra Kassem cuando sólo tenía veinte años. No es del todo seguro, pero le da un cierto prestigio muy útil; por lo que fuere, en tiempos de Kassem estuvo en prisión como todo el mundo. En el aparato del baas se distinguió sobre todo por los (numerosos) servicios de seguridad y de información política. Será allí donde aprenderá a frustrar los golpes de Estado y a preparar conspiraciones, donde aprenderá también a conocer a los hombres del partido, tanto a los militares como a los ideólogos, a los que bien pronto va a encontrar en contra suya. Y rápidamente se da cuenta de que el baasismo ya no es un ideal político, y que agrupa ahora no importa qué, no importa quién: militares que sueñan con apoderarse del poder, gentes de izquierda, intelectuales que pretenden doblar el número de comunistas, o por los propios comunistas que se hacen pasar por baasistas para que no les cuelguen etiquetas de marxistas. En resumen, ha sido el primero en darse cuenta que el partido ya no era un partido sino una posada española, la antecámara del poder.
CIEN MILLONES DE ÁRABES. THERRY DESJARDINS. EDICIONES NAUTA-S. A. BARCELONA 1975. IMPRESO EN ESPAÑA.