Vagó Amadís, sin tomar alimento ni descanso, por lo más escondido e aquellas montañas, hasta que, de allí a dos días, al caer la tarde, entró en una gran vega que al pie de una montaña estaba, y en ella había dos árboles altos, que estaban sobre una fuente, e fue allá por dar agua a su caballo, que todo aquel día andoviera sin fallar agua; e cuando a la fuente llegó vio un hombre de orden, la cabeza e barbas blancas, e daba beber a un asno, y vestía un hábito muy pobre de lana de cabras. Amadís le saludó, e preguntóle si era de misa; el hombre bueno le dijo que bien había cuarenta años que lo era.
A Dios merced – dijo Amadís; agora vos ruego que folguéis aquí esta noche por el amor de Dios, e oírme heis de penitencia, que mucho lo he menester.
En el nombre de Dios – dijo el buen hombre.
Amadís se apeó e puso las armas en tierra, y desensilló el caballo y dejólo pacer por la yerba, y él desarmóse e finco los hinojos ante el buen hombre, e comenzóle a besar los pies. El hombre bueno lo tomó por la mano, e alzándolo le hizo sentar cabe sí, e vió cómo era el más hermoso caballero que en su vida visto había, pero vióle descolorido, e las faces e los pechos bañados en lágrimas sque derramaba, e hobo dél duelo e dijo: Decid todos los pecados que se os acordaren.
Amadís así lo fizo, diciéndole toda su facienda, que nada faltó. El hombre bueno le dijo: Según vuestro entendimiento y el linaje tan alto donde venís, no os debríades matar ni perder por ninguna cosa que vos aviniese, cuanto más por fecho de mujeres; e vos consejo que no paréis en tal cosa mientes e vos quitéis de tal locura, que lo fagáis por amor de Dios, a quien no place de tales cosas.
-Buen señor –dijo Amadís-, yo soy llegado a tal punto, que no puedo vivir sino muy poco, e ruégoos por aquel Señor poderoso, cuya fe vos mantenéis, que vos plega de me llevar con vos este poco tiempo que durare, e habré con vos consejo de mi alma; pues que ya las armas ni el caballo no me facen menester, dejarlo he aquí, e iré con vos de pie, haciendo aquella penitencia que me mandardes.
Y el hombre bueno comenzó de llorar con gran pesar sque dél había; así que las lágrimas le caían por las barbas, que eran larga e blancas, e díjole: Mi fijo señor; yo moro en un lugar muy esquivo e trabajoso de vivir, que es una ermita metida en el mar bien siete leguas, en una peña muy alta, y es tan estrecha la peña, que ningún navío a ella se puede llegar sino en el tiempo de verano; e allí moro ya treinta años, a quien allí morare conviénele que deje los vicios e placeres del mundo, e mi mantenimiento es de limosnas que los de la tierra me dan.
Todo eso –dijo Aramís– es a mi grado, e a mí me place pasar con vos tal vida, esta poca que me queda, se ruegovos por amor de Dios, que me lo otorgueís. El hombre bueno gelo otorgó, mucho contra su voluntad, e Amadís le dijo: Agora me mandad, padre, lo que faga; que en todo vos seré obediente.
El hombre bueno le dio la bendición, e luego dijo vísperas, e sacando de una alforja pan y pescado, dijo a Amadís que comiese; más él no lo hacía, aunque pasaran ya tres días que no comier; él le dijo: Vos habéis de estar a mi obediencia, e mandoos que comáis; si no vuestra alma sería en gran peligro, si así moriésedes.
Entonces comió, pero muy poco; que no podía de si partir aquella grande angustia en que estaba; e cuando fue hora de dormir el buen hombre se echó sobre sus manto e Amadís a sus pies, que en todo lo más de la noche no hizo, con la gran cuita, sino revolverse e dar grandes sospiros; e ya cansado y vencido del sueño, adormecióse.
A la otra mañana pusiéronse en camino, el ermitaño en un asno y Amadís en su caballo, porque el religioso así se lo mandó. El hombre bueno lo iba mirando, como era tan hermoso y de tan buen talle, e la gran cuita en que estaba, e dijo:
Yo vos quiero poner un nombre que será conforme a vuestra persona e angustia en que sois puesto; que vos sois mancebo e muy fermoso; e vuestra vida está en grande amargura y en tinieblas; quiero que hayáis nombre Beltenebros.
Amadís plugó de aquel nombre, e toboel buen nombre por entendido en gele haber con tan gran razón puesto, e por este nombre fue él llamado en cuanto con el vivió, y después gran tiempo, que no menos que por el de Amadís fue loado, segfún las grandes cosas que hizo, como adelante se dirá.
LIBROS DE CABALLERÍAS. AMADÍS DE GAULA. NOVELA DE CABALLERÍAS, REFUNDIDA Y MODERNIZADA. BIBLIOTECA LITERARIA DEL ESTUDIANTE, DIRIGIDA POR RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL. IMPRESA. EN MEXICO, D. F. EN 1977 POR EDITORA NACIONAL.
Nota: El artículo está escrito en el español del Siglo XVI.