La madre de don Juan vivía en Flandes. Esta mujer, de la cual le habían hablado rara vez, estaba viva, demasiado viva. Habitaba en Gante.
En Madrid, algunos días antes de su partida, don Juan le había oído a Felipe II dar lectura, no sin una solapada satisfacción, a una antigua carta del Duque de Alba. Es una mujer terrible –le había escrito el Duque– con una cabeza más dura que un pedazo de madera. Por eso, lo único que podría proponer es secuestrarla y meterla en un convento sin preguntarle su opinión. Así pensaba también Felipe II, que había encargado a su nuevo gobernador que ejecutara ese plan. Don Juan iba a encontrar a su madre para alejarse de ella y ponerla a la fuerza en un lugar en donde no pudiera perjudicar.
De esta madre, don Juan ignoraba casi todo. Don Luis de Quijada, poco tiempo antes de morir, había juzgado oportuno revelarle su existencia y su nombre. Pero el viejo chambelán, para el bien del príncipe, había dejado bajo un velo de banalidad la imagen que había atormentado al adolescente e intrigado al joven.
En 1545, en Ratisbona, una muchacha de condición humilde había atravesado la vida de Carlos V, sin lograr no obstante disipar la tristeza de su reciente viudez. Esta muchacha tenía algún talento para el canto y el Emperador apreciaba las voces hermosas. Esperaba de ella melodías y baladas. Canciones y más canciones... Se llamaba Bárbara de Blomberg.
Don Luis se había contentado con eso.
La realidad que se descubría ahora tenía aspectos más sórdidos. Ante todo, la dama se llamaba Barbe Plumberger. Era una muchacha fuerte, bien en carnes, y de oficio lavandera, cuando el Emperador la había conocido. Se había vuelto gorda, vulgar y tenía muy mala reputación.
Una renta anual de doscientos florines, que el Emperador le había otorgado por testamento, no le había bastado nunca. Los predecesores de don Juan, Margarita de Parma, Alba, Requesens, todos agobiados por sus pedidos, sus deudas, sus despilfarros, habían tratado de convencerla, de que fuese a vivir a España. Sólo habían logrado alejarla de Bruselas a Gante.
A esta aventurera que vivía con gran lujo, le hacían falta no menos de dieciséis criados, dos damas de honor y varios pajes. ¿Cómo podía mantener a toda esa gente? Se había ligado en amistad con cierta dama
Frayken, que tenía una casa de prostitución. El último de los amantes de Barbe era un inglés, llamado Sataden, diez años más joven que ella, y que vivía del fraude y del espionaje. La conducta de este hombre era tan escandalosa que había sido puesto preso por Requesens y continuaba en la cárcel...
¡Bonita familia se ofrecía al príncipe tan preocupado por su gloria y que tanto había soñado con ser rey!
Don Juan, pues, iba a conocer a su madre.
La libertad de Sataden es la condición que esta dama pone para su partida – dijo Escovedo a don Juan. Tenéis que verla.
Pasos precipitados en la antecámara le advirtieron que ella estaba allí. Oyó una voz con entonaciones roncas y se le apretó el corazón.
Entró una mujer, pesada, de piernas cortas, escandalosamente pintada.
Don Juan midió la distancia que lo separaba de ella. Había encontrado muchas mujeres semejantes, pero nunca había imaginado que su madre pudiera parecérseles.
-Señora, tenéis que iros...
Habló con cortesía, pero con tanta firmeza que ella, durante un largo tiempo, guardó silencio. Le explicó las razones que hacían imposible su estadía en los Países Bajos, subrayó las disposiciones tomadas para que ella viajara dignamente. Una flotilla de seis navíos había sido armada para acompañarla a España, donde todo estaba pronto para recibirla.
-Conozco vuestras ideas– respondió con cólera Barbe Plumberger. Ya no fue posible detenerla. Pasaba de un tema a otro. Una expresión perversa se pintaba en su cara y don Juan quedó aterrorizado de la avidez
de su mirada, de la grosería de su lenguaje.
Don Juan se puso de pie para cortar la entrevista. Este ademán exasperó. Se puso a gritar, perdiendo toda retención.
Don Juan se sintió morir de confusión. Un joven oficial abrió la puerta. Lo echó con un gesto.
-Preferís callar –aulló ella- ¡Sea! Y bien, ¡sabed quién sois! ¡Creéis sin duda ser el hijo de Carlos V¡ Sois el único en creerlo. Tres hombres, a lo menos, podrían ser vuestro padre... Ni siquiera sé cuál de ellos es.
Al día siguiente a Barbe Plumberger la ponían a la fuerza en un navío. Pero, el mal estaba hecho.
No faltaban personas malintencionadas entre los que rodeaban a don Juan. El incidente se propaló. Circularon libelos: Felipe II había mandado a los Países Bajos a un gobernador de padre desconocido.
Algunos Estados llegaron hasta pedirle al Rey de España que reemplazara a don Juan. Reclamaban a un príncipe que no fuera bastardo.
BIOGRAFÍAS Y MEMORIAS. EDMONDE CHARLE-ROUX. DON JUAN DE AUSTRIA. EMECE EDITORES. IMPRESO EN ARGENTINA. BUENOS AIRES 1981.