A los Fugger de Augsburgo los Medicis de Florencia habrían podido servir de modelos. En su opulencia no dispondrán de capitales comparables a los de sus colegas de Alemania, pero en las letras y en las artes alcanzarán un renombre mucho más alto.
Agreguemos que, como en Italia no dominaba una autoridad semejante a la del emperador alemán en la antigua Germania, los Medicis y sus congéneres de las demás ciudades italianas llegarán a desempeñar un papel en el gobierno de su ciudad, que los Fugger no lograron jamás.
Los Medicis eran originarios de Muguello, del norte de Florencia: campesinos, sin duda, que fueron a establecerse en la ciudad y se dedicaron a la industria o al negocio con los recursos que les procuraría la venta de sus bienes. Se les encuentra desde el Siglo XIII en la ciudad del lirio rojo, entre los ciudadanos acomodados.
Más tarde, cuando los Medicis hayan adquirido un lugar preponderante, los historiadores les descubrirán orígenes más gloriosos: un valiente, de la talla de Rolando y de Renaud, que habría vencido al gigante Muguello, por lo cual Carlomagno le habría dado como armas las seis bolas rojas sobre campo de oro, que formaron el escudo familiar; pero otros aseguran que esas seis bolas rojas representaban en las armas de los Medicis, píldoras farmacéuticas en memoria del boticario ancestral.
Lo cierto es que esas bolas o píldoras –llamadas en italiano palle- darán su nombre a los partidarios de los Medicis –los palleschi– cuando la familia haya tomado la dirección del partido popular, del partido guelfo, de los popolosi en la lucha secular contra los Grandi y gibelinos.
A fines del Siglo XIII (1291), vemos asomar en Florencia a un Ardigo.
Medicis, como prior de las artes, o lo que es lo mismo: jefe de las corporaciones profesionales. En 1314 pasa a ser gonfaloniero de la ciudad. Bajo su impulso la facción popular triunfa, y Dante, un gibelino, toma el camino del destierro, lo que nos vale su inmortal obra maestra. En el Siglo XIV, continuando las tradiciones familiares, Silvestre de Medicis se pone a la cabeza de los ciompi (descamisados), en su mayor parte cardadores de lana –la industria de la lana era la gran industria florentina- y el pueblo toma el lugar preponderante en la ciudad republicana de las orillas del Arno.
A comienzo del Siglo XV la familia de los Medicis se halla siempre en la corriente popular, pero con una fortuna muy acrecentada. Ha extendido su actividad al comercio del dinero. A ejemplo de los Fugger de Augsburgo los Medicis se han convertido en grandes banqueros. Juan de Medicis, el padre de Cosme “el Antiguo” es tesorero de un XXII, el que le designará su ejecutor testamentario. En esta primera mitad del Siglo XV, vemos en Florencia al banco de los Medicis pagar 428 florines de impuesto anual, en tanto que el establecimiento financiero que sigue en segunda línea no paga más que 44 florines.
Y la atención de nuestros financieros va a extenderse a la vía pública. Rápidamente un partido entusiasta se forma alrededor de ellos.
El que llevó la grandeza de su casa al apogeo sus Cosme –en italiano Cósimo- de Medicis, llamado Cosme el “Antiguo” para distinguirlo de su sobrino nieto Cosme, primer duque de Toscana.
He aquí seguramente una de las más interesantes figuras de la historia. Sin título, por la sola potencia de su autoridad personal, Cosme el Antiguo fue durante treinta años (1434–1464) el señor indiscutido del Estado, resurrección de los tiranos que dominaban las ciudades antiguas, los Pisistratos y los Pericles. Y el Estado florentino no se limitaba a la ciudad misma rodeada de su territorio; su poder se extendía sobre la mayor parte de la Toscana, sobre la ciudad de Pisa, la antigua rival a la que los florentinos habían terminado por imponer su soberanía.
En las orillas del Arno, se llamaba a Cosme “el gran mercader”. A su muerte será saludado oficialmente con el título de “Padre de la patria”. Leemos en una crónica contemporánea: “Cósimo es toda Florencia; sin él Florencia no era nada”.
Eneas Silvio Piccolomini, convertido en el Papa Pío II, eminente como escritor y como latinista, tanto como hombre de Estado, escribía a Cosme: “Tú eres el árbitro de la paz y de la guerra y de las leyes. De la reyecía no te falta más que el nombre”.
El delicioso artista que fue Benozzo Gozzoli le pintó vestido con una larga túnica negra, tocado con un solideo de escribiente; se diría de un recaudador de Estado. En esa ridícula vestimenta, Bonozzo lo representa dos veces: la primera hacia 1460, en su deslumbrante cabalgata de los Reyes Magos, en la capilla Ricardi (Florencia), después, quince años más tarde, en sus celebres frescos del Campo Santo de Pisa, Roger de la Pasture lo pintó con los rasgos de San Cosme, a la derecha de la Virgen, y Boticelli lo hace figurar en su admirable Adoración de los Magos en el cual aparecen los jefes de la familia de los Medicis, a los pies del divino Niño, sus amigos y clientes agrupados alrededor de ellos; tenemos, por último, su retrato por Bronzino.
Bajo el pincel de Boticelli, Cosme aparece como un viejecito, encorvado hasta el punto de semejar un jorobado, el rostro lampiño, la frente arrugada, la nariz fuerte, pero los rasgos finos, la tez aceitunada, esa tez aceitunada que transmitirá a su nieto, Lorenzo El Magnífico.
La actitud y la mirada hacen pensar en nuestro Luis XI, en su expresión burguesa, de burgués bonachón y astuto, revelando fineza, malicia y familiaridad. Su talle delgado se había, sin duda, encorvado por las horas pasadas en estudiar las cuentas, inclinado sobre las escrituras.
Carecía de distinción y de belleza. Muy grave en sociedad, de conversación sobria, no respondiendo sino con monosílabos, con un meneo de cabeza y a veces con aforismos o frases extrañas que nadie comprendía.
“Conoce a las gentes con sólo mirarles el rostro, hace notar Vespasiano. En la tribuna, se hallaba bien lejos de hablar como orador brillante, pero sí como charlador de lógica sutil, con giros y rodeos inesperados, realzados de malicia, a veces palabras de gracejo popular. El auditorio se encontraba convencido sin argumentos’’.
Pero en la vida cotidiana, Cosme de Medicis era grave, no le divertían ni charlatanes ni burlones. Le gustaba jugar ajedrez, podar su viña y cavar su jardín.
No era absolutamente un hombre de guerra. En caso de necesidad recurría a la espada del gondoliero de la iglesia, Francisco Sforza. Su gran fuerza residía en su habilidad, de una paciencia incansable, de una truhanería que no se dejaba sorprender: gran financiero y sutil político.
Con su Banco, Cosme amasó una fortuna importante que pondrá al servicio de su ambición.
BIBLIOTECA DE LA CULTURA. FRANTZ FUNCK BRENTANO. EL RENACIMIENTO. EDITORA ZIGZAG. SANTIAGO DE CHILE. 1939.