Ravena es la ciudad de las paradojas. Está construida sobre estacas, en una laguna. “En Ravena hay más ranas que ciudadanos –se dice– y más mosquitos que ángeles en el cielo”. Sin embargo, el mar se ha retirado gradualmente de la costa de modo que el puerto construido por el emperador Augusto se ha convertido en un huerto.
En los mástiles del puerto de Ravena crecen las manzanas –asegúrase- A una o dos yardas de profundidad se encuentra siempre agua, lo cual no es conveniente para la construcción de los muros, ni para enterrar cadáveres; pero el agua es salobre y los habitantes cuentan solamente con la lluvia para su comida y bebida.
Se dice: “En Ravena los muertos nadan y los vivos pasan sed”. “En Ravena, los muros se hunden y las aguas permanecen”. En Ravena, se ha establecido una colonia de mercaderes sirios retirados, todos muy piadosos; sin embargo, los sacerdotes locales son mercenarios y propensos a desdeñar la ley canónica.
“En Ravena los sirios rezan y los sacerdotes practican la usura” -se cuenta-. No hay caza en las proximidades, ni otro deporte que no sea el juego de pelota en los baños; sin embargo, a causa de la humedad, el hombre tiene que realizar ejercicios para mantenerse sano. En consecuencia, muchos ricos ciudadanos pertenecen a una milicia y realizan ejercicios militares en la explanada; pero los oficiales de la guarnición por mero aburrimiento organizan clubes literarios para mejorar su educación.
“En Ravena los hombres de letras juegan a ser soldados, y los soldados a ser hombres de letras” -se dice también. A todas estas paradojas hay que añadir el de un hombre que podía haber sido soberano y no quiso, y la de otro hombre que hubiera querido continuar siendo rey y no pudo.
Paradójico también fue el descubrimiento de que mi antiguo amo Barak, tan entendido en reliquias, hubiera estado adorando en una iglesia local una reliquia de San Vitalis, la cual, como os asegurarán todos los historiadores, no pudo haber sido suya: yo hallé en la iglesia una ofrenda votiva para conmemorar la maravillosa cur de Barak, en virtud de la reliquia.
Y a Barak le esperaba un buen número de paradojas. Vino a Ravena a solicitar un premio de Belisario por sugerir a los godos que le nombrasen emperador de Occidente. Pero Belisario, en vez de recompensarlo, a instancias mías lo arrestó acusándolo de falsificador, y lo envió a Constantinopla para que allí lo juzgaran. Sin embargo, en el informe que Belisario envió a Justiniano, no envió la parte que Barak había tenido que ver en el complot para proclamarlo emperador: Belisario sentía tal repugnancia por aquel asunto que prefería no mencionarlo.
En Constantinopla, Barak, mediante el soborno, consiguió su libertad, y aunque ahora contaba setenta años, reanudó su antigua tarea de inspector de monumentos de los Sagrados Lugares. Hallaba gran placer en refrescar las marcas de sangre de la columna de los azotes; en reponer la esponja del Gólgota, que la piedad de los peregrinos había desgastado; y en descubrir en Joppa, enterrados en un viejo cofre durante las persecuciones del emperador Nerón, un considerable número de reliquias cristianas de gran importancia, las cuales se hallaban en muy buen estado de conservación.
Afortunadamente dejamos a Ravena antes de que comenzasen los mosquitos. Juan el Sanguinario escribió a Justiniano en cuanto supo que los godos habían ofrecido la Diadema a Belisario. Justiniano inmediatamente llamó a Belisario ponderando sus servicios e insinuando que pronto se le daría un mayor campo de acción.
Belisario hubiera querido primero ajustarle las cuentas al ejército de Urías, ahora reducido a unos cuantos miles de hombres, pero no quiso incurrir en el enojo de Justiniano cometiendo un nuevo acto de aparente desobediencia.
Por lo tanto, Belisario dio órdenes de que preparásemos el equipaje. Cuando Urías, que se hallaba en Pavía, tuvo noticias de esto, quedó muy desilusionado; pues creía que Belisario tenía intenciones de proclamarse emperador. Sacó la conclusión de que Belisario, después de considerar las fuerzas de las tropas imperiales y de las tropas góticas, había pensado que el paso era demasiado peligroso.
Por lo tanto convenció a los nobles godos de que eligiesen un rey godo, un tal Hildebaldo, sobrino del rey de los visigodos de España; la perspectiva de una alianza militar entre los godos de Italia y los de España quizá decidiera a Belisario a aceptar la Diadema. Hildebaldo comprometióse a ir a Ravena y prestar su homenaje Belisario.
Pero Belisario rechazó desdeñosamente este nuevo ofrecimiento, y en la Primavera del año 540 nos embarcamos para Constantinopla, dejando a Pavía en manos de los godos. Entretanto, Justiniano nombró a once generales de igual grado - incluso Juan el Sanguinario – para que mandasen los ejércitos de Italia; éstos se hallaban unidos sólo por la envidia a Belisario.
ROBERT GRAVES. “BELISARIO, HISTORIA DE UN CARÁCTER”. EDICIONES COMA. PRIMERA EDICIÓN. MÉXICO. 1981.