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Parrafos Diversos

Selección de Emilio Herrera

Para mostrarme la ciudad se me conducía a veces a la cima de una montaña. “¡Mira nuestra ciudad!”, me decían. Y admiraba lo ordenado de las calles y el dibujo de las murallas.

“He aquí -me decía yo- el colmenar donde duermen las abejas. Al amanecer se dispersan por la llanura de la que succionan las provisiones. Así los hombres cultivan y cosechan. Y procesiones de borriquitos conducen a los graneros y los mercados y las reservas, el fruto del trabajo del día.

La ciudad dispersa sus hombres en la aurora, luego los recoge en sí con sus fardos y sus provisiones para el invierno. El hombre es aquél que produce y que consume. Por tanto lo favorecerá estudiando sin dilación sus problemas y administrando el hormiguero”.

Pero otros para enseñarme su ciudad me hacían atravesar el río y admirarla desde la otra orilla. Descubría sus casas perfiladas en el esplendor del crepúsculo, unas más altas, otras menos altas, unas pequeñas, otras grandes, y la flecha de los alminares traspasando como mástiles la humareda de purpúreas nubes.

Se revelaba en mí semejante a una flota que parte. Y la verdad de la ciudad no era ya orden estable y verdad geométrica, sino asalto de la tierra por el hombre en el gran viento de su crucero.

“He aquí -decía yo- el orgullo de la conquista en marcha. Al frente de mis ciudades colocaré capitanes, porque es de la creación de donde el hombre extrae principalmente sus alegrías y el gusto poderoso por la aventura y la victoria”.

Y esto no era más verdadero ni menos verdadero, sino otra cosa. Algunos, sin embargo, para hacerme admirar su ciudad me llevaban con ellos al interior de las murallas y me conducían primero al templo.

Y entraba, conmovido por el silencio y la sombra y la frescura. Entonces meditaba. Y mi meditación me parecía más importante que el alimento y la conquista. Porque me había nutrido para vivir, había vivido para conquistar y había conquistado para retornar y meditar y sentir mi corazón más vasto en el reposo de mi silencio.

“He aquí -decía yo- la verdad del hombre. Existe por su alma. Al frente de mi ciudad instalaré poetas y sacerdotes. Y harán dilatarse el corazón de los hombres”. Y esto no era más verdadero ni menos verdadero, sino otra cosa.

Y si ahora, en mi sabiduría, empleo la palabra ciudad, no me sirvo de ella para razonar, sino para especificar simplemente todo lo que ella carga en mi corazón y que la experiencia me ha enseñado y mi solicitud en sus callejas y la partición del pan en sus moradas y su gloria de perfil en la llanura y su orden admirado desde lo alto de las montañas.

Y muchas otras cosas que no sé decir o en las cuales no pienso en este momento. ¿Y cómo emplearía yo la palabra para razonar, pues lo que es verdadero bajo un signo es falso por otro?

ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY. CIUDADELA. OBRAS COMPLETAS. PLAZA & JANES. EDITORES. PRIMERA EDICIÓN 1967. IMPRESO EN ESPAÑA.

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