Durango

Parrafos Diversos

Selección de Emilio Herrera

Mientras Hernán Cortés lucha en México contra los españoles de arriba y los vence, en España Carlos V ha tenido que luchar contra los de abajo, hasta sojuzgarlos. El pueblo se ha inflamado en retozos democráticos a uno y otro lado del mar Atlántico. En ambas partes se ha hablado a nombre del común, de los capitanes del pueblo. Pero mientras los nobles de Castilla ahogan en sangre la revuelta de los comuneros, y en torno al emperador florecen los afortunados de la corte, aquí en América no hay quien detenga a los Corteses y Balboas, a los Pizarros y Belalcázares, que avanzan contra el querer de los gobernadores impotentes.

La coronación de Carlos V en Aquisgrán es muy solemne. Entra un domingo a la ciudad vestida de banderas. Nunca podrá olvidar su paso triunfal, cuando en clara suavidad del otoño hay en los árboles hojas doradas, y él avanza entre el brillo de cobre de los heraldos y los besamanos y venias de la corte. -¡Qué linda es la carrera del cardenal Maguncia cuando vuela a sostenerle para que no se apee del caballo!

El espectáculo es magnífico. Adelante van los tres mil alemanes de su caballería, con banderas coloradas, amarillas y blancas; y luego los senadores de Aquisgrán, y el duque de Juliers con sus trescientos jinetes y sus alabarderos, y el marqués de Brandeburgo y el arzobispo de Tréveris, y el cardenal de Maguncia, y el embajador de Bohemia, todos con trajes que parecían arrancados de los vitrales de las catedrales, y sus jinetes, banderas, aceros, armiños, mantos de púrpura, joyas, cordones de oro, broches de perlas, y en las cotas águilas imperiales, y en los escudos el león y el castillo españoles.

Al llegar Carlos a la iglesia donde va a ungírsele emperador, le alza la falda Federico, el conde Palatino, príncipes, caballeros, prelados, vienen a recibirle, le salen al tope, como decimos nosotros. Los arzobispos, de pontificial, con báculos y mitras. El emperador se tiende en cruz sobre las gradas del altar. Le cantan letanías. Carlos oye la voz tonante del señor arzobispo que, meneando el báculo con la siniestra, con la diestra le bendice.

Luego se levanta, y el arzobispo le va tomando las promesas. A cada pregunta que le hace en latín, Carlos contesta “Volo”. Luego se vuelve al concurso el arzobispo y pregunta: “¿Queréis al rey din Carlos por emperador y rey de los romanos?” ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! responden los cortesanos en un solo bramido. El emperador cae de rodillas. Le desabrochan por la espalda las ropas y con óleo cathecriminos le ungen la juntura de los brazos, los hombros, el pecho, las manos y hasta la coronilla. A cada uno va diciendo el arzobispo: “Ungo te regem oleo santificato . . .”.

Y hubo fiestas. El mariscal del imperio -que para algo han de ser los mariscales– sirvió de caballerizo y públicamente dio de comer al caballo del emperador, y el conde Palatino sirvió de maestresala y “trajo una pieza de buey a la mesa, el cual se había asado entero en la plaza y relleno de muchas aves, las cabezas de las cuales asomaban por entre las costillas”. Sigue la crónica: El conde de Limburg “sirvió de copa, en que fue una fuente que manaba tres caños de vino y trajo un tazón lleno”.

El mismo sirvió de aguamanil, sosteniendo para el emperador, el aguamanos, y el marqués de Brandeburgo, la toalla. Mientras todo esto ocurre, los comuneros de España andan levantando pueblos, cantando guerra, porque no quieren que entren más alemanes a España, ni que de España saquen ni los dineros del pueblo, ni los que llegan de América, ni que el rey de Castilla viva y reine fuera de España.

Todo esto tienen el atrevimiento de decírselo, punto por punto, en una extensa carta que un propio desvergonzado pone en las imperiales manos. Le dicen más: Que cuando salga de Castilla, quien quede al frente del gobierno haya de ser natural de Castilla o de león. No quieren flamencos, ni casta alguna de extranjeros. Los comuneros luchan con desesperación. Dan sangrientas batallas, sitin y toman villas y ciudades, toman a Juana la Loca por bandera. Pelean hasta con flechas envenenadas, quizás aprendiendo ya las artes del indio americano. Los depósitos de mercancías a que han puesto fuego valen miles y miles de ducados. El emperador ruge de ira. Castiga al mensajero que le trae la carta , por cometer tamaña insolencia. Poco a poco se mueve toda la máquina del imperio hasta que la última voz del común se acalle. Y otra vez entra Carlos a España, con su cortejo de alemanes y castellanos, sobre camino de terciopelo. Pero quizás algo ha aprendido., y bajo el puño de hierro el emperador sabe que tiene una España de piedra. Además, el hombre es melancólico.

Cuando Carlos se sentaba a la mesa en Aquisgrán, para emprenderla con el buey asado. Cortés en Veracruz, escribía su carta-relación. Llegó al emperador a tiempo con la que los comuneros le escribían de Castilla. La carta de Cortés traía alma de oro. La de Castilla de quejas y demandas. Son los dos grandes documentos del pueblo en donde se pintan los anhelos, atrevimientos, desventuras, ingenuidades y obras que levantan sus corazones y mueven sus brazos. La carta de los de Castilla la contesta el emperador con pólvora y cadenas. La de Hernán Cortés la pone graciosamente en las manos de Jacobo Crombreger, el alemán de la imprenta de Sevilla, porque ya los alemanes están regados por todos los negocios de España. Y Crombreger la publica con mucho arte, y en letra gótica, como es de rigor.

BIOGRAFÍA DEL CARIBE. GERMÁN ARCINIEGA. EDITORIAL SUDAMERICANA. BUENOS AIRES. OCTAVA EDICIÓN. PRIMERA EN LA COLECCIÓN PIRAGUA PUBLICADA EN JUNIO DE 1963.

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