Frente a la precisión impostergable de examinar la renovación de cualquier disciplina científica, desde tres perspectivas, desde en sí misma, desde su técnica y desde su clima para poder evaluarla y decidir la conveniencia de adoptarla, ya dejamos esbozados los dos primeros puntos de vista, que abonan su bondad al juzgarla en sí misma y su importancia al considerar su técnica quedando por establecer la necesidad, desde un ambiente propicio, para proponerla e implantarla.
Puesto que es incuestionable la gran ayuda de las ciencias sociales en épocas de crisis anonadantes, en ésta porque hoy atraviesa la especie humana se palpa, más que en ninguna otra, un clima propicio a exigir de dichas ciencias la myor suma de conocimientos que permitan encontrar soluciones a dramáticos problemas de colectividades enormes.
Y si es inaplazable la satisfacción de esa necesidad en todas las latitudes, aquí, en la dimensión mexicana, se hace visible una verdadera urgencia de aprovechar el más grande cúmulo de conocimientos sociales para esclarecer nuestra realidad genuina, a fin de que, conociéndola desde sus múltiples puntos de vista, en toda su amplitud y en toda su profundidad, podamos fincar sólidamente sobre ella las soluciones más eficaces de todos los problemas de nuestro mundo sociocultural.
Los problemas mexicanos son muchos y muy graves. Implican el bienestar colectivo y la felicidad, cuyo disfrute buscamos desde la proclamación de nuestra independencia política y la creación de nuestra
nacionalidad.
A partir de la Independencia como resultado de muchos tanteos infructuosos, hemos venido acumulando problemas. La Reforma agregó más problemas al crear una legislación asentada utópicamente sobre la democracia. Esta alusión a la utopía proviene de que los mexicanos convenimos, con los hombres ilustres de la Reforma, en una necesidad imperiosa de darnos un gobierno idealmente perfecto, calcado de un intachable modelo de república democrática, representativa y federal.
Y, como Antonio Caso hacía notar, desde esta coyuntura se agravó el fardo de los problemas al implantarse ideologías y sistemas extraños a nuestro ambiente , por desconocer nuestra realidad. Y, para aumentar el peso de problemas sin solución sobre nuestro pueblo, todavía sin haber podido liquidar los aspectos políticos del sistema democrático, ya planteamos sus pugnas sociales.
Sin haber adaptado convenientemente a nuestro clima la democracia política, ya discutimos y peleamos con mucho denuedo por una democracia social, y a veces hasta por una democracia económica, para complicar más los debates y las luchas.
Tal estado de cosas, el cariz grave de nuestros problemas, aunque ciertamente reclamó el examen pesimista de Caso, le llevó a insistir en el estudio y el conocimiento de la realidad mexicana.
Por fortuna ese llamamiento del viejo maestro congregó voluntades e inteligencias, avivó el entusiasmo indispensable para cultivar tenazmente disciplinas filosóficas y científicas. De tal guisa los mexicanos alcanzan ya una madurez cultural que les permite plantear y resolver sus problemas con sus propias hipóteis y teorías, muy alejados del imperialismo cultural de los que aún pretenden europeizarnos.
Esta innegable madurez cultural de los mexicanos estudiosos les da suficiente capacidad para desentrañar las profundidades de la realidad vernácula. Y, una vez que la develemos, asentados en ella, bien podemos alcanzar satisfactoriamente la resoslución de todos esos problemas que trae aparejados la práctica de una democracia socioeconómica.
Pero en tareas tan arduas como las encomendadas a la madurez intelectual cabe hacer resaltar la necesidad de acopiar nuevos métodos, para que las investisgaciones y los estudios sean coronados por éxitos positivos.
En esta circunstancia es donde los trabajos y los temas de la faena filosófica tienen que mexicanizarse, de tal manera que las soluciones nuestras se incorporen al pensar universal reclamado por la filosofía.
Así se consolidarán muchos trabajos favorables a la gestión de una filosofía mexicana, cuyo proyecto ya es algo más viable que una mera esperanza. Así podrán impulsarse tales tareas, si no por filósofos, que muchas veces se niegan a descender de la universalidad de sus meditaciones y de sus concepciones, si por hombres de ciencia que, dada la especifidad de su investigación encuentren soluciónes universales cuyos métodos reaviven la reflexión filosófica en una exigente interacción de ciencia que se hace cada día más filosófica y de filosofía que se hace cada vez más científica.
En este ambiente tan mexicano hay clima favorable para intentar cualquier empresa -mediada de filosofía y de ciencia- enderezada al estudio de problemas que, aunque planteadas por nuestra ineludible condición histórica, tienen perfiles universales. Precisamente una de esas trabajosas labores nos pone a rehacer la investigación sociológica, porque de la sociología necesitamos muchas luces para iluminar la solución de tantas y tan complejas situaciones creadas por la democracia social y económica.
Entonces, el ambiente -o clima para decirlo con el término acuñado por las prácticas sociológicas-– en que se debate la singular crisis social mexicana auspicia la necesidad de incrementar los estudios correspondientes. Asimismo acrecienta la importancia de una ciencia social cuyos propósitos integralistas permiten develar la auténtica realidad mexicana, más de lo que pudieron haberlo descubierto otras sociologías que buscaron, preferentemente, formas sociales de lo que permanece, pero no las de lo que se transforma en una incesante alteración de organizaciones y desorganizaciones, de adaptaciones y antagonismos de muchos otros cambios cíclicos o no cíclicos, esperados o inesperados.
Así, pues, la necesidad de impulsar el cultivo de las ciencias sociales preside este ineperado ensayo de una nueva fundamentación de la sociología. En él abogaremos a la par que por un esclarecimiento de las categorías y de los métodos sociológicos, por una ampliación de los horizontes de la ciencia social hasta abarcar toda su riqueza, ahora inclaculable, que permita hacer de la sociología un cuerpo de doctrina tan opulento y tan bien nutrido que la interacción, cada día más ineludible de filosofía y ciencia , le permita ocupar lícitamente el puesto ya casi abandonado por la filosofía social.
Si se cumplen nuestras esperanzas de ampliar así el acervo de la sociología, al mismo tiempo quedará satisfecha la ambición de dar un paso más en el trabajo asignado a la proyectrada filosofía mexicana y, además, se habrá aportado una contribución, por mínima que sea, al propósito incancelable de alcanzar el conocimiento de nuestra genuina realidad, indispensable para encontrar las soluciones más certeras y más eficaces de los problemas políticos, sociales y económicos de México.
ENRIQUE MESTA. FILOSOFÍA DE LO SOCIAL. UNIVERSIDAD DE COAHUILA. TORREON, COAH. 1965.