Catalina ha nacido para gobernar, y especialmente para gobernar en la Rusia del Siglo XVIII, ese extraño y gigantesco Imperio lleno de fuerzas sin organizar y en camino de desarrollarse.
?Yo amo los países incultos -escribe Catalina-; lo he dicho mil veces: yo pertenezco a Rusia?, pero también ama la flor de la cultura europea, la filosofía contemporánea. Cincuenta años atrás, Pedro había abierto ?la ventana al oeste? y, sobre los pueblos aferrados a la Naturaleza, sobre los pueblos semejantes a rebaños, a hords de las estepas rusas, había soplado la primera ráfaga del viento espiritual del Occidente, trayendo en su soplo lo bueno y lo malo de la civilización, inquietud, animación, dudas, iniciativas y confusionismo.
Desde entonces es como una ronda de burbujas en la que se atraen y rechazan en ebullición las fuerzas europeas y asiáticas, luchando y fecundando. Ni el genio organizador de Federico ni las capacidades domésticas de María Teresa hubieran podido ordenarlo. Pero Catalina, cuya naturaleza está hecha de la misma fibra que el país ruso, que es ella misma una mezcla de fuerzas naturales en vías de desarrollo, dominadas por una inteligencia clarísima y por una voluntad de hierro, Catalina ha nacido para dominar ese país sin violentarlo.
Por una circunstancia mucho más profunda que el hecho casual de su nacimiento en una determinada parcela de terreno, su naturaleza ha llegado a ser pariente de la Rusia, por el amor y por la infiltración continua que alcanza hasta los más profundos vasos capilares.
Pero Catalina, según sus documentos de bautismo no ha nacido para gobernar a Rusia. Su derecho al trono se basa en su personalidad y no en su persona. Después del fin violento de Pedro III existen todavía en Rusia dos pretendientes legítimos: el gran duque Pablo e Iván, prisionero en la fortaleza de Schlusselburg.
Pablo es un niño, y Catalina, por tanto, la regente legal mientras su hijo sea menor de edad. Pero Iván representa un peligro. ?Estoy preocupado por mi Catalina -escribe Voltaire en septiembre del año de 1762- y temo que Iván pueda destronar a nuestra bienhechora?. También Mercy escribe a Viena que el nuevo gobierno no se podrá sostener mucho tiempo. Si se analiza fríamente el entusiástico acontecimiento del 28 de junio se deberá confesar que no era ni un juicio de Dios ni una sublevación popular: era un golpe de Estado bien logrado, nada más, y Catalina era y continuaba siendo una usurpadora.
Ella siente que ha nacido para gobernar y eso le proporciona su natural seguridad, con la que desde el primer momento fascina a cuantos le rodean. Esta seguridad de hallarse en su puesto y de llenarlo hace que puedan desarrollarse plenamente todas las valiosas cualidades de su naturaleza: su actividad despierta con el alba y continúa infatigable durante quince horas de trabajo; su viva inteligencia profundiza en la realidad, elige con ardor toda materia viva y encuentra con asombrosa rapidez en ella lo elemental, lo esencial, el punto de partida de la acción; la alegría vehemente de su naturaleza anima su ligera y encantadora amabilidad.
Generalmente, es buena, generosa y justa soberana en el verdadero sentido de la palabra, muy lejos, por tanto, del despotismo y de la tiranía arbitraria. Pero aquel derecho moral a la soberanía no altera el hecho de que, según los actos y las leyes, está sentada en el trono ilegítimamente, y esto le produce cierta sensación de inestabilidad que le obliga a llevar a cabo una serie de deplorables acciones por las cuales quiere afirmar su posición.
Es un hecho innegable que aún los seres humanos más favorecidos no han recibido el don de todos los bienes: queda siempre una parte que hay que pagar, y a veces al precio más alto. Deben pasar diez años hasta que, en lugar del derecho hereditario no existente, se establezca un derecho de costumbre, y durante estos diez años Catalina se verá obligada, para retener el poder entre sus manos, a realizar, en vez de lo que cree bueno, innombrables acciones que ella misma y todos los hombres de bien, sólo pueden calificar de malas.
Y cuando al fin, pasados esos diez años, sostendrá el cetro en sus manos con la suficiente firmeza para poder realizar los ideales de su juventud, entonces ella misma habrá ya cambiado, y cuanto pecado haya debido cometer en nombre del bien habrá dejado en su carácter y en sus opiniones una huella imborrable.
Pero empieza a reinar bajo el signo del bien, empieza a reinar con una fe ardiente en la bondad, en la justicia y en la razón. Y empieza como alguien que se ha preparado para su misión durante años, y que a pesar de todo está dispuesta a modificar y a enriquecer cada día sus conocimientos, a sacrificar si fuera necesario, todas sus reflexiones a la necesidad del momento.
En esto estriba su secreta deficiencia y el origen de su éxito. No posee una sola idea elemental y original que le sea propia y con la cual afrente la realidad, la domina y le imprima el sello de su personalidad; todas sus ideas, sin excepción, son de segunda mano. Pero en el conflicto entre esas ideas y la realidad tiene mil inspiraciones, todas prácticas, viables y útiles. Sus ideas vienen de Occidente, pero sus inspiraciones nacen de la realidad rusa.
Y aquí ella es de una independencia jamás igualada por mujer alguna que ocupara un trono. Al apoderarse del gobierno tiene a su lado a dos hombres inteligentes y seguros: Panin y Bestushev. A los dos debe gratitud, en los dos confía y de los dos solicita consejo a menudo. Pero sólo sigue los consejos que le convienen, y ninguno de los dos logra imponer su influencia en las cuestiones decisivas.
GINA KAUS. CATALINA LA GRANDE. EDITORIAL JUVENTUD. S. A. BARCELONA. CUARTA EDICIÓN, OCTUBRE 1961. IMPRESO EN ESPAÑA.