Bismarck era un extraño y singular diplomático colérico, tempestuoso y dispuesto a defender violentamente lo que se considerara cuestión de dignidad personal; rodeado siempre de secretarios y ayudantes que paliaran en lo posible los incidentes desagradables que provocaba a menudo, estaba persuadido de que era superior al resto de sus contemporáneos y de que su vida entera y que sus energías morales y físicas estaban destinadas a la consecusión de una obra de imposible realización por vía diplomática. Hasta su postrer momento, Bismarck conservó su personalidad.
Alguien observó que en cierta ocasión Bismarck, entonces ya en edad madura, era un hombre feliz, y su réplica fue contundente: sumando todos los momentos de felicidad experimentados por él, no llegaban a las veinticuatro horas. Del mismo modo, Friedrich von Holstein, antiguo colaborador de Bismarck en el gobierno, discípulo favorito suyo y luego acérrimo adversario, afirma en sus memorias que apenas si conocía otras personas más tristes y sombrías que Bismarck.
El célebre canciller dijo un día que Goethe se equivocaba en gran manera al afirmar que solo el amor era capaz de embellecer la existencia, ya que, en su opinión, el odio también servía para ello: ?Mi amor a mi mujer y mi odio a Windohorst son igualmente necesarios para mi?. Bismarck se sentía mejor en los días de lucha que en los de calma, y no le impresionaba lo más mínimo el clamor popular en sus momentos de éxito.
Una mañana Bismarck saludó a su jefe de Cancillería con estas palabras: ?No he podido dormir; he estado odiando toda la noche?, y sentía cierta satisfacción al decirlo.
Bismarck opinaba que ?los hombres son como los perros: ¡Aman a quien temen!??, y por ello su impopularidad nada tiene de sorprendente, por saberse él mismo odiadio y acaso el hombre más detestado del siglo. Con ocasión de su entrevista con la reina Victoria en París (1855), tuvo la impresión, y lo confesó, de que a la soberana le pareció ?notable, aunque muy antipático?.
A Bismarck le importaba poco la opinión general y él mismo declaró a un periodista francés en 1866: ?Se que puedo jactarme de tener tanta impopularidad en Francia como en Alemania. Soy la víctima propiciatoria de la opinión pública, pero no me importa, y me dirijo hacia mi objetivo con el ánimo más tranquilo del mundo?. Bismarck no perdía su impasibilidad, sino cuando alguien lo atacaba, los que no perdonaba jamás.
?¡Cuando me atacan, yo respondo!? frase que le caracteriza, como cuando exclamó: ?¡Me muero de ganas de actuar contra alguien!?. Virulencia y aspereza que no eran sino un aspecto parcial del carácter de un personaje que, junto con Carlos Marx, fue el mayor reformador político del Siglo XIX.
En las memorias de Robert von Kendell, colaborador íntimo de Bismarck, aparece otro aspecto de su carácter. ?Cuando ya anochecido, Bismarck abría la puerta de su despac ho para pasar al salón, estaba siempre de buen humor. De ordinario, monopolizaba la conversación, más no para debatir los temas de actualidad; la política era cosa prohibida en su casa y no se hablaba allí más que de trivialidades.
?Cuando yo tocaba al piano, su mujer entreabría la puerta para que lo oyera Bismarck, pues la música le estimulaba en su trabajo. Bismarck era en realidad bastante distinto de lo que aparentaba. Era un hombre independiente, peligroso y eficaz; no respetaba a nada ni a nadie, rechazaba todo cuanto pudiera entorpecer su libertad de acción y aceptaba sólo lo que le reportara alguna ventaja.
?Quiero actuar como se me antoje?, solía decir el voluntarioso germano a quien se apodó ?El Gran Solista Político?.
HISTORIA UNIVERSAL. EL SIGLO DEL LIBERALISMO. EDICIONES DAIMON. MANUEL TAMAYO Y EDICIONES DAIMON DE MEXICO. IMPRESO EN MÉXICO. PRIMER EDICION 1983.