En el lenguaje político nacional es usual el término parteguas, para expresar las expectativas que las corrientes de opinión cifran en tal o cual suceso de nuestra vida pública, como punto de referencia de cambio radical.
La jornada electoral del dos de julio de dos mil, puso fin a un sistema político basado en la hegemonía de un solo partido y el ejercicio del poder presidencial absoluto y en esa medida fue un parteaguas. El suceso no tiene precedente en la Historia Patria, en virtud de que operó un cambio de sistema por vía pacífica y en adelante, condiciona la conducta de gobierno, ciudadanos y fuerzas políticas.
Desde esa fecha, muchos son los ejemplos en los que se cifran esperanzas al menos exageradas de cambio radical hacia adelante o de reversa. Este ánimo estuvo presente en las elecciones en el Estado de México del domingo pasado y permanece en algunos de cara a las elecciones federales del próximo seis de julio, que renovarán la Cámara de Diputados.
La actitud mencionada deriva de la urgencia que anima a los protagonistas de nuestra vida pública, respecto a un reacomodo de las posiciones a conveniencia de cada cual. Al Gobierno de Fox y al Partido Acción Nacional, les apura sacar adelante y en consenso, las reformas estructurales que el país requiere; el Partido Revolucionario Institucional, le apuesta al fracaso del régimen actual a cualquier costo, como condición para una vuelta al pasado; al Partido de la Revolución Democrática, le urge que la ciudadanía se decepcione del foxismo antes de olvidar el pasado priista, para conducir el cambio por la senda alternativa que ofrece el partido del sol azteca.
Mientras las cúpulas de gobierno y partidos apuestan al milagro, los resultados de las elecciones en el Estado de México indican que el electorado es paciente y apuesta a una consolidación gradual del nuevo sistema, en base a sufragar por la alternancia en el ejercicio del poder. En la entidad mexiquense, operó un verdadero carrusel electoral por llamar de alguna manera, a la reacción del cambio en cadena.
En efecto, si bien se dieron avances y retrocesos de las fuerzas políticas, ninguno de tales ajustes fue suficiente para conceder a ningún partido mayoría en el Congreso, ya no digamos el poder total. El cincuenta por ciento de los municipios eligieron gobiernos que implican alternancia en relación a su precedente inmediato. El PRI en alianza con el Verde Ecologista tenía setenta y un municipios, de los cuales pierde treinta y uno, conserva cuarenta y gana veinticinco nuevas posiciones para quedar con sesenta y cinco municipios. El PAN tenía treinta municipios, pierde dieciocho, conserva doce y gana trece nuevas posiciones para quedar con veinticinco municipios. El PRD tenía veintiún municipios, conserva diez, pierde trece y obtiene catorce, para quedar con veinticuatro municipios.
En cuanto a la masa ciudadana a gobernar, el PRI gana doce puntos porcentuales, el PAN pierde once puntos y el PRD gana siete puntos.
En la Legislatura la alianza PRI-Verde alcanza veintisiete escaños, contra veintidós del PAN, diecinueve del PRD, cuatro del PT y tres de Convergencia. Lo anterior significa que la oposición tiene el control del Congreso y el PRI no tendrá mayoría, ni aliado con los partidos chicos.
Esta forma de reparto del poder en orden a los resultados de las elecciones en el Estado de México es positiva, en la medida en que se privilegia la alternancia como herramienta de premio o castigo en manos de los electores, se mantiene la voluntad ciudadana de evitar el renacimiento del poder hegemónico y los partidos consolidan una base electoral.
Los aspectos negativos, concretan en los hechos violentos que impidieron la instalación de algunas casillas en Salvador Atenco, un alto índice de abstención, la utilización de viejas prácticas de acarreo y compra de votos y las impugnaciones que hace la oposición y que por fortuna, habrán de dirimirse en el marco de derecho que a nivel federal que ya existe.
Los resultados electorales en el Estado de México, confirman que en adelante, nuestra democracia habrá de marchar a pasos más lentos que los que requiere la reforma del poder, por lo que el consenso de los partidos a ese respecto es tan necesario como urgente.
Quien espere un milagro del cielo o un golpe de timón para impulsar el desarrollo material y cívico del país pierde su tiempo. La diversidad indica que sólo el consenso tan escaso en estos dos primeros años del gobierno del cambio, puede impulsar el tránsito a la democracia plena y eso es responsabilidad de todos los protagonistas de la vida pública nacional.