El que no pueda ver que no vea, pero es un hecho que aun con la firme resistencia y el blindaje que procuran quienes buscan recuperar las formas y los bajos fondos del antiguo régimen; el cambio por el que votamos hace tres años se va abriendo camino paso a paso.
A pesar de que la intensidad de las campañas políticas y las sobredosis visuales a las que nos vemos sometidos -el panorama de mi barrio está saturado de monumentales fotografías entre las que resalta el de una cuerpuda y abundante candidata a diputada que más parece matrona de una casa de pupilas- consumen una gran cantidad de energía ciudadana, es evidente que de algún modo nos las arreglamos para avanzar.
Un acontecimiento muy celebrable ha sido la aprobación por unanimidad en el Congreso de la Unión, de la iniciativa presidencial para la Promulgación de la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, porque si bien es cierto que excepto por el color de la piel -ser el prietito del arroz- por homosexualidad aunque sólo sea en caso de ser abierta y asumida públicamente- por pertenecer al género femenino, por exceso de peso -ya se sabe que los gordos no caben en ninguna parte- por edad, por no creer en la Guadalupana, por ser discapacitado, indígena, naco o simplemente por carecer de la buena presentación, requisito imprescindible para candidatear a cualquier oferta de trabajo, por todo lo demás, en nuestro país no existe la discriminación.
A los güeros y a los ricos no los discrimina nadie, aunque nunca está por demás contar con una Ley que nos procure la equidad y señale que el acto de discriminar es aquel que busca o tiende a limitar el disfrute de los derechos o la igualdad de oportunidades de la persona que lo sufre. Igualmente celebrable resulta la noticia de que finalmente entró en vigor la Ley de Transparencia que no es por cierto un logro menor. A partir del doce de junio, cualquier hijo de vecino puede consultar cuanta información posea el aparato gubernamental. Hasta hace bien pocos años todavía, resultaba impensable exigir rendición de cuentas a un político poderoso y ante la proliferación de tanto millonariazo sexenal que pasó a la buenísima vida por el solo hecho de ocupar un puesto público o de ser compadre, cuate, socio o hermano de quien lo ocupaba, lo único que nos quedó fue acuñar el concepto surrealista de enriquecimiento inexplicable.
Ahora falta saber lo que somos capaces de hacer con la información. Será necesario asegurarnos los medios para que después de detectar malos manejos, existan los conductos adecuados y eficientes para la penalización de los mismos ¡y ahí sí! cero tolerancia, porque de lo contrario se puede generar un mayor cinismo del que ya existe entre los funcionarios y reincidir en la apatía ciudadana.
Lástima que la Ley de Transparencia no tenga validez retrospectiva porque de ser así, muchos de los que conocemos como señorones, ya estarían haciendo las maletas. Es indudable que -aunque no pueda ser a la velocidad que se necesita- nos dirigimos hacia el cambio que todos queremos. Hace algunos años pretendí sin el menor éxito, investigar lo que sucedió con los jugosos cheques que algunos empresarios le entregaron a López Portillo en las postrimerías y la debacle total de su sexenio.
Nadie sabe, nadie supo decirme qué pasó con ese dineral. Parece que finalmente nos está lloviendo en la milpita. Que sea para bien. adelace@avantel.net