La biología aplicada podría ser un útil recurso para todos aquellos que desean conocer anticipadamente el nombre del mexicano que habrá de ser presidente a partir del 2006. Como suele suceder a finales de cada sexenio, una buena porción de la neurona del país es invertida en la discusión, el análisis y la adivinación sobre los candidatos con posibilidades de llegar a Los Pinos. El futuro de muchos políticos depende de una rápida y exitosa predicción para sumarse anticipadamente a la cargada.
En el siguiente divertimento, propongo una estrategia más científica para construir el retrato hablado del nuevo mandatario. Es una teoría que tiene orígenes rusos. A partir de la Revolución Bolchevique, la política rusa ha estado dominada por la testosterona. El control del poder pasó de Lenin (calvo) a Stalin (cabelludo); de Khruschev (calvo) a Brezhnev (muy cabelludo) y de éste a Andropov (calvo), para continuar con Chernenko (cabelludo), Gorbachov (calvo) y Yeltsin (cabelludo). El actual presidente, Putin, a quien le adornan grandes entradas pese a su juventud, militaría en el bando de los calvos.
Esta curiosa sucesión de contrates capilares no se reduce a una mera cuestión estética o fisonómica. El análisis de los regímenes de los calvos comparado con el de los velludos arroja resultados tan sorprendentes como espectaculares: los primeros se caracterizarían por gobiernos reformistas, mientras que los segundos, con sus crestas abundantes, habrían encabezado gobiernos reaccionarios (observación apuntada por Steve Jones autor de “Y: the descent of men”, un apasionante libro sobre genética social).
La calvicie no es un rasgo dominante entre la población latina, por lo menos no en la proporción en que la padecen en el hemisferio norte. Por lo mismo, su incidencia es menor entre los presidentes de México. Sin embargo, basta recordar a Echeverría o a Salinas para concluir que los calvos suelen encabezar gobiernos más polémicos e impactantes (aunque sea por los desaguisados). Si el analizamos la secuencia histórica observaremos que el peso del gobierno de un calvo equivale al de dos velludos. Ruiz Cortínez (calvo, 1952-1958) habría sido relevado sucesivamente por dos mandatarios con cabello López Mateos (1958-1964) y Díaz Ordaz (1964-1970). Después de Ordaz otro calvo, Echeverría (1970-1976) habría continuado el ciclo, para ser sucedido por dos cabelludos; López Portillo (1976-1982, quien si bien exhibía una frente muy ampliada, lo compensaba con una profusión de cabellos en el resto de rostro y testa) y Miguel de la Madrid (1982-1988). Siguiendo un obvio determinismo capilar, a continuación el turno habría correspondido a un calvo, Carlos Salinas (1988-1994), y luego a dos mandatarios con pelo, Ernesto Zedillo (1994-2000) y Vicente Fox.
De la anterior progresión se desprenden por lo menos dos conclusiones: primera, que en 1988 Cuauhtémoc Cárdenas no llegó a ser presidente por un exceso de cabello (tocaba el poder a un calvo). Segunda, que en el 2006 es de nuevo el turno de los pelones.
A este importante rasgo fisonómico la biología política puede añadir un dato aún más preciso si del cuero cabelludo pasamos al análisis del rostro. A partir de Echeverría, la sucesión de presidentes ha seguido una rigurosa secuencia de individuos con cara lampiña seguidos de otros con barba o bigote.
La alternancia es impecable: Echeverría (lampiño), López Portillo (bigote y barba ocasional, patillas), Miguel de la Madrid (lampiño), Salinas (bigote), Zedillo (lampiño), Fox (bigote). No está claro si esta secuencia está inscrita en los códigos genéticos de las leyes que rigen la sucesión, o es el resultado del evidente interés que cada presidente tiene de no parecerse al anterior. Lo cierto es que la secuencia arroja un dato inexorable: toca el turno a un mandatario sin bigote o barba.
Si mezclamos las dos secuencias lógicas comenzamos claramente a perfilar un retrato hablado: el presidente será calvo y tendrá la cara lampiña. Eso elimina a algunos candidatos y a algunas candidatas (no a todas). Obligará también a que varios de ellos y ellas recurran en los próximos meses a la reingeniería capilar para satisfacer el perfil del puesto que exige la genética presidencial.
Si a esta descripción añadimos la conocida teoría del péndulo, el retrato hablado comienza adquirir color y textura. Según esta teoría, la estabilidad en México se explica en parte porque a un gobierno conservador ha seguido uno reformista y a éste otro conservador. Veamos: Ruiz Cortínez (conservador), López Mateos (reformista), Díaz Ordaz (conservador), Echeverría (reformista), López Portillo (igual que su cabellera, su tendencia es indefinible), Miguel de la Madrid (conservador), Salinas (reformista), Zedillo (conservador), Fox (reformista).
El resultado de este análisis científico no deja lugar a dudas. En el 2006 llegará a Los Pinos un pelón reaccionario y lampiño. Al parecer en el ámbito del gabinete y entre los círculos políticos más altos solamente se encuentran tres personas que satisfacen estos requisitos (dos de ellas son hombres). ¿Podría amable lector ayudarme a identificarlos? El futuro político de muchas personas, de usted mismo, podría depender de la prontitud con la que le pongamos nombre a este fiel retrato hablado. (jzepeda52@aol.com)