En las últimas fechas y a propósito de las campañas políticas de algunos partidos de México, se ha retomado el tema del derecho a la vida, buscando atraer votos para sus candidatos, sin considerar otra cosa más allá de lo electoral, justificando la pena de muerte como medida desesperada contra la aplastante ola de violencia que padecemos.
Para nuestro infortunio, la vida humana ya es también un argumento electoral y politiquero. Actualmente ya no se respeta la privacidad de las personas, tampoco se aportan elementos de juicio y se puede difamar o injuriar impunemente; hemos roto con los viejos tiempos de los códigos de honor caballerescos, donde la familia permanecía fuera de la batalla política. Solamente quedaba pendiente la manipulación de la vida como arma demagógica, hecha sin el respeto al derecho lícito a vivir y ser, sin someter el tema con seriedad a la reflexión profunda.
Cuando se trata de ganar simpatías ante la atemorizada sociedad ya no les detiene el respeto a la vida humana, las de todos los ciudadanos, a quienes tampoco les hemos dado atención en sus necesidades básicas de seguridad personal y de sus familias.
El tema es irónico, contradictorio y engañoso de fondo; ¿no le parece?
La pena de muerte es una discusión de fondo moral, lo que la hace controvertida y muy difícil de juzgar, más cuando se agregan intereses y sentimientos que ofuscan al pensamiento.
Actualmente, sobre el tema, las distintas etnias del mundo se encuentran divididas con puntos de vista distintos: Más o menos el 50 por ciento de los estados del planeta contemplan en sus constituciones la pena de muerte, siendo países definidos como “Retencionistas”; la otra mitad, se incluyen en la definición de “Abolicionistas”, que la han prohibido, o “Abolicionistas de facto”, que aunque la contemplan en sus códigos penales no la han puesto en práctica en los últimos años.
Una y otra tendencia sobre la aplicación, o no, de la pena de muerte, argumentan a su favor: Los que nos oponemos (abolicionistas), sostenemos nuestra postura de que ningún país que la aplica han logrado disminuir los índices de grave criminalidad, aún cuando las ejecuciones de los sentenciados han sido realizadas en forma pública; también decimos que es radical, injusta e inmoral. Quienes apoyan (Retencionistas), argumentan razones que van desde las del bien común, en que se busca eliminar a las personas peligrosas y nocivas para la sociedad, aportando reflexiones del tipo ético y moral, afirmando que se pretende evitar prolongar el sufrimiento de las personas que padecen la privación de su libertad sin esperanzas de recobrarla y otras como las económicas, que traducen en pesos y centavos los costos de manutención de presos con condenas muy prolongadas y/o de por vida.
La ética es el fundamento filosófico de lo definido como moral y en ese campo encontraremos siempre un terreno fértil e inagotable para la discusión.
Lo cierto es que atentar contra la vida de otras personas es una particularidad de los seres humanos; desde los pueblos primitivos, que la apoyaban ante la necesidad de salvaguardar sus posesiones y vidas, siguiendo por los pueblos que abrazaron la fe mesiánica de un dios monoteísta, donde los judíos justifican la muerte con la aplicación de la ley del Talión; pasando por los períodos del nacimiento de la era del conocimiento, cuando los Griegos antiguos la defendían, como Arístocles (Platón) que decía: “En cuanto aquéllos cuyo cuerpo está mal constituido, se les dejará morir y se castigará con la muerte a aquellos otros cuya alma sea naturalmente mala e incorregible”, hasta la era del florecimiento del cristianismo accidental, donde el mismísimo Tomás de Aquino afirmaba que: “Todo poder correctivo y sancionador proviene de Dios, quien lo delega a la sociedad de hombres; por lo cual el poder público está facultado como representante divino, para imponer toda clase de sanciones jurídicas debidamente instituidas con el objeto de defender la salud de la sociedad. De la misma manera que es lícito amputar un miembro putrefacto para salvar la salud del resto del cuerpo, de la misma manera lo es también eliminar al criminal pervertido mediante la pena de muerte para salvar al resto de la sociedad”.
Sin embargo hemos evolucionado en lo cultural y en la civilidad gracias al paso de los años ante las experiencias genocidas y homicidas que hemos soportado.
La reflexión profunda sustentada en el pensamiento serio y formal, ha estado orientada hacia el respeto a la vida; la propia Organización de las Naciones Unidas ha llegado a plasmar en el artículo tercero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que: “Todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad y a la seguridad de su persona”. Sé que Usted me va a decir que esa declaración y otras muchas, se han manipulado a las conveniencias de quienes sustentan el poder y tiene razón, pero la verdad en sí misma no puede ser suplantada por argucias jurídicas o imposiciones a través del cabildeo; o más tristemente, la negociación con el intercambio de beneficios particulares.
El derecho a la vida es por sí mismo inalienable, se fundamenta en las propias razones de la naturaleza que lo manifiesta en leyes tales como las de la cadena alimenticia, la autodefensa por medio del instinto, hasta la misma procreación y el cuidado de la salud.
No podemos dejar de considerar otros argumentos culturales que son de gran peso; entre ellos: El de la inmadurez política que vivimos algunos países no desarrollados donde la democracia aún no se hace presente en forma efectiva y la pena de muerte pudiera ser utilizada para la defensa de intereses muy particulares, o por el más fuerte, o el que “puede”. Imagine a algunos personajes mexicanos que pudieran echar mano de la ejecución de sus enemigos con la aportación de pruebas previamente elaboradas. Si pudimos sembrar osamentas o levantar infundios, o simplemente mentir, el siguiente paso para algunas conciencias adormecidas (las que nos sobran hoy en día), pudiera ser la alternativa de eliminar al contrincante ajusticiándolo “legalmente”.
El respeto a la vida humana merece una mayor, seria y profunda reflexión; trabajo intelectual en que nos debemos involucrar, más allá de posturas de mercadotecnia política o de sentimientos de desesperada frustración ante la inseguridad que viven nuestros seres queridos y nosotros mismos. ¿no le parece así? darwich@ual.mx