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Pequeñas especies / Fiel hasta morir

M. V. Z. Francisco Núñez González

Un hombre y su perro daban un largo paseo por las calles de la ciudad, después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta que tanto él como su perro habían muerto en un accidente. De repente se encuentran escalando una montaña muy alta, el sol era fuerte y se encontraban extenuados por la caminata, sudando copiosamente, necesitaban desesperadamente un sorbo de agua para mitigar su sed.

Durante el camino vieron una enorme puerta tallada en maderas preciosas, con grandes columnas de mármol, que conducía a una plaza con piso de cristal, en el centro de la cual había una fuente de oro de la que manaba agua cristalina. El caminante se dirigió al guardián que dentro de una hermosa caseta de plata, vigilaba la entrada. Buenos días, le dije. Buenos días respondió el guardián. ¿Qué lugar es éste, tan lindo? Preguntó el hombre. Éste es el cielo, fue la respuesta. ¡Qué suerte que llegamos al cielo! Estamos con mucha sed, dijo el hombre.

Pues el señor puede entrar y beber agua a voluntad, contestó el guardián, indicándole la fuente. Mi perro también está sediento, comentó el hombre. Lo lamento mucho, dijo el guardián, pero aquí no se permite la entrada a los animales. Pero él me ha acompañado siempre, dijo el hombre. El guardián se limitó a menear la cabeza negativamente. El hombre quedó muy desilusionado, porque su sed era grande, pero decidió no deber si su amigo no podía hacerlo.

Así que prosiguió su camino. Después de caminar durante largas horas, con sed y cansancio, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por una vieja puerta de madera entreabierta. La puerta se abría hacia un largo camino empedrado, con majestuosos árboles a ambos lados que brindaban buen cobijo del sol. A la sombra de uno de ellos había un anciano de una enorme barba blanca, parecía adormilado, con un sombrero de paja que lo protegía de los candentes rayos del sol.

El caminante se aproximó. Buenos días, le dijo. Buenos días, respondió el anciano. Estamos con mucha sed mi perro y yo. ¿Hay algún lugar donde podamos encontrar agua? Detrás de aquellos matorrales hay un manantial de agua fresca y cristalina donde podrán saciar su sed, inmediatamente se dirigieron a tomar agua su fiel amigo y el caminante.

Al volver hasta donde se encontraba el anciano, el hombre le agradeció. Pueden volver cuando quieran, fue la respuesta. A propósito, dijo él, ¿cuál es el nombre de este lugar? Están en el cielo, contestó el anciano con una sonrisa. ¡Pero no es posible! Exclamó el hombre. El guardián que estaba al pie de la montaña, junto al gran portal de mármol, nos dijo que el cielo era aquél. No, aquello no es el cielo, es el infierno. El caminante quedó perplejo. Pero entonces, ésa es una información falsa, y puede causar grandes confusiones. De ninguna manera respondió el anciano. La verdad es que ellos nos hacen un gran favor, porque allá se quedan aquéllos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.

Moraleja: ?Quien ama a las mascotas, tiene ganadas las puertas del cielo?.

peqesp@hotmail.com

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