Entre mis más lejanos recuerdos está aquél de mi niñez de los bien vestidos barrenderos dominicales, saco, corbata y pelo engomado, que se encargaban de barrer las mañanas de esos días el arroyo de la avenida Allende. Eran, la mayor parte, los jóvenes que, poco después de la media noche comenzaban a caer presos por pasarse de copas y comenzar a armar pleitos en las fiestas y otros sitios de baile, por cuyos escándalos eran aprehendidos, no traían para pagar las multas ni querían pedirlas a sus familiares a esas horas. Total que amanecían en la cárcel y eran aprovechados para hacerse cargo ese día de la fajina de limpieza de la ciudad. Y fuera quien fuera, cumplía su castigo. Hoy seguramente esa práctica ha quedado prohibida, pues si siguiera, si no los domingos, los lunes se viera haciendo tal faena a muchos de los jóvenes tomadores y escandalosos de Torreón Jardín.
Resulta que en los últimos años, desde hace varios, las autoridades advierten que se castigará por muchas cosas: Por ensuciar las paredes con grafito, por vender drogas, por abusos deshonestos a menores y no digamos por robar, secuestrar y un sinnúmero más de cosas que llegan hasta matar. Sin embargo, todas esas cosas suceden en nuestra ciudad, algunas hasta diariamente, sin que a quienes las hacen, fuera de aprehenderlos e imponerles una multa asequible, les pase mayor cosa. Allí están, por ejemplo, los grafiteros que siguen tan activos como siempre, sencillamente porque el castigo que les es impuesto pueden resolverlo con dinero, y ya se ha dicho que problema que se puede resolver de esa manera, no es problema.
Otros problemas son mayores. El de las drogas, gran botón de muestra que invade rápidamente las escuelas y del cual somos culpables todos, unos por pensar que no es cierto, otros, algunos profesores inclusive, por cobardía, puesto que lo saben y no lo denuncian por temor a una golpiza como las que en sus teles ven les propinan los narcotraficantes a quienes les denuncian y hasta los padres y los famosos derechos humanos, por oponerse a que las mochilas de sus hijos sean revisadas. Todo eso y acaso más, ha hecho posible que ahora, alumnos de quince años, mujeres y hombres estén dentro del negocio.
Todo este tráfico está advertido de que serán castigados si hacen lo que vienen haciendo. Lamentablemente, el castigo está muy por debajo de lo que correspondiera al delito cometido. De tal manera que tal actividad sigue siendo Jauja, para los que son sorprendidos con las manos en la masa, ya que fácilmente pueden pagar las multas, o la despensa de ellos por ser menores de edad para ser castigados, aunque no lo sean para cometer el delito de la venta de drogas.
Y no hablemos de la corrupción de menores que en La Laguna ha llegado a su clímax en perjuicio de menores de escasísimos recursos que le llevan a domicilio y por grupos en autobuses a tipos lujuriosos y malos de la cabeza, indudablemente, que aprovechando la pobreza de las niñas se divierte con ellas pervirtiéndolas, acaso filmándolas con fines pornográficos, sin que se haga mayor cosa para castigar a quienes hacen posible todo esto.
No basta, pues, con advertir que si se hace tal o cual delito, el que lo cometa será castigado. Hay que llegar al castigo, al castigo ejemplar, sin el cual todos los males seguirán floreciendo. Como decía Cicerón: Que la pena sea mayor que la culpa.