La gráfica del último sábado en la primera página de la primera sección de este diario, espanta. Presenta a un grupo de japoneses de la oposición abalanzados contra quienes llevan el paquete que prevé el envío de tropas a Iraq, recién aprobadas por el parlamento japonés en apoyo a las fuerzas de Estados Unidos.
Esa gráfica recuerda las del día anterior publicadas por la prensa capitalina que muestran a cinco detenidos en la Colonia Buenavista de Naucalpan, México, por los propios colonos cansados ya de los robos de que venían siendo víctimas y de la sordera crónica de las autoridades a sus quejas.
Esos colonos tuvieron el valor de organizarse y hacer rondas de vigilancia nocturna, resultando que a eso de las cuatro de la mañana del jueves descubrieron a los ratas y, armados con piedras y palos los rodearon deteniendo la marcha del auto en que se movían.
Los detuvieron y pidieron la presencia de la policía que, como es su costumbre en todo México se hicieron esperar. Cansados de esperar, dos horas después, los colonos trasladaron a sus presos de la calle hacia una escuela cercana, donde los amarraron y vendaron.
Quiérase que no, la noticia fue corriendo; la gente fue llegando; vegetales, huevos y fruta les fue disparada por la multitud que se iba formando. Diez horas estuvieron allí, durante las cuales no faltó quién amontonara a sus pies leña, más que nada para asustarlos, ya que por sus vendas no veían nada y sólo escuchaban los gritos o voces de ¡A quemarlos!, pero, sin descontar que, cuando las multitudes se enardecen, todo puede pasar.
Todo esto porque el alcalde de la ciudad, Eduardo Contreras Fernández no tuvo el valor de encarar el asunto, ni la inteligencia de mandar, de inmediato, en su lugar a alguien con la necesaria jerarquía para enfrentar aquel tumulto que pudo acabar en tragedia, pues los colonos molestos por su ausencia se declararon “capaces de todo”. Cuando al fin el agente del Ministerio Público y el comandante del grupo Antisecuestros de la procuraduría mexiquense conminaron a los colonos a que no cayeran en el delito de privación de derechos, la multitud se calmó, aunque no faltaron los gritos de que sólo los delincuentes tenían derechos.
Las gráficas correspondientes a que me refiero dan fe de lo fácil que es que se susciten grandes problemas por la falta de atención de parte de la autoridad, particularmente, de parte de la policía a las quejas de los ciudadanos que, cansados de esa situación un día se resuelven, se unen y recobran por unas cuantas horas la fuerza que le han dado a sus representantes que les desoyen.
Y en cuanto a la de Japón, también se ve que ya no es el de antes y que si sus autoridades están con el Imperio, ellos, por conciencia están con el Pueblo. Y como no faltó quién dijera: “El que ha perdido la conciencia no tiene ya qué conservar”.