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Pequeñeces/Denuncias

Emilio Herrera

Ciertas autoridades se quejan de que las víctimas de lo que sea no hagan sus denuncias en la Procuraduría, pero, sí las hacen. No diré que todas, pero sí un porcentaje bastante visible en las colas que corresponden para el efecto en donde deben. Y allí principia el famoso porqué de que muchos de los dañados por alguien se abstengan de denunciarlo: que aparte de lo ya sufrido se ven precisados a soportar esas incómodas colas y a ser atendidas por un personal que jamás ha comprendido su calidad de servidor público ni es, tampoco el más cortés y eficiente.

De esas largas colas no se quiere echar la culpa a nadie en particular, si lo es de alguien es de la propia ciudad que sigue creciendo tanto y tan pobremente que su economía es incapaz, en primer lugar, de proporcionar a sus habitantes la seguridad necesaria para que algunos, por su mala suerte, no queden sólo amparados por la providencia o por sus ángeles de la guarda, que según se ve no son tan eficientes como algunos guaruras, acaso porque no cobran como éstos, y los que hacen, aún siendo poco, lo hacen de gratis, así que si no hay más víctimas diariamente es sólo cuestión de la buena o mala suerte de cada quién y no de la protección que los habitantes de esta ciudad reciben de las autoridades.

Hace unos días, la semana pasada, la persona que ayuda en los trabajos domésticos a mi esposa, fue golpeada por un vago que la sorprendió al regresar de dejar a una de sus hijas en la escuela y dar vuelta en la esquina para llegar a su casa y luego venir a su trabajo. La golpeó con manos y pies. A la pobre le llovieron bofetadas y patadas. Por fortuna, si es que la puede haber en esto, su esposo, en ese momento ponía en marcha su carro para dirigirse a su trabajo, pero, oyó los gritos, los reconoció, bajó del auto y corrió en su ayuda, pero el golpeador, al darse cuenta huyó velozmente, mientras su esposo atendía a su esposa.

Total, que el esposo de esta señora es un hombre muy recto y piensa como algunas autoridades que las denuncias de estos casos deben hacerse en la Procuraduría. Y a denunciar el caso fue con su esposa; ésta se formó en la cola correspondiente donde se le fueron varias horas, de nueve de la mañana a tres de la tarde, hasta que, ¡por fin!, llegó.

Usted piensa que el personal de una oficina como ésta, donde se va a recibir constantemente a personas que, de alguna manera, han sido vejadas, debe ser gente educada y capaz, por ello, de ser cortés con las gentes que va a atender y de fingir, al menos fingir, que las comprende y compadece, regalándoles, antes que nada, una sonrisa. Pero, esto no es lo frecuente. En algunos casos, después de tantas horas de estar allí, los que llegan tienen necesidad imperiosa de satisfacer alguna necesidad, la del uno la más frecuente. Preguntan, pues, por los baños.

La contestación es que no hay. Luego aclaran: Bueno, sí hay, pero están cerrados con llave, y la llave no la prestan. En fin, cosas así para hacer una denuncia. Por eso es que muchos no vuelven. Y otros ni siquiera hacen el intento de ir. Si las autoridades no lo entienden, cualquier otro puede entenderlo. El contribuyente, y la mayoría de las víctimas, directa o indirectamente, lo son, merece, por lo menos, esperar sentado.

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