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Pequeñeces/El café

Emilio Herrera

Podemos estar seguros de que este mundo no sería el que hoy tenemos si al buen Dios se le hubiera olvidado darnos el café. El café ha sido la causa de un titipuchal de cosas, pequeñas y grandes. (Este titipuchal nada tiene que ver con la Real Academia, pero, me suena más que multitud y con eso, y con que Azuela lo use, me basta. Y hasta me sobra).

Aunque no soy cafetero de cafés, de un tiempo a esta parte suelo acompañar a Octavio los miércoles a uno de la Colón, y la verdad, me da gusto cuando lo encontramos lleno de contertulios que animan, con límite de tiempo, eso sí, las diferentes mesas. De ellas salen, con cierta frecuencia, acuerdos, diferentes proyectos que, más tarde o más temprano tienen que ver con la felicidad de los diferentes grupos, y hasta, de vez en cuando, benefician a nuestra ciudad.

El café que más tomo es el de mis amigos y esto lo hago en sus propias oficinas, pues todos ellos son tan trabajadores que sería antipatriótico retirarlos de su teléfono, que suena constantemente y por conducto del cual ellos resuelven en el acto sí o no sobre esto y aquello, que mantiene en marcha sus negocios.

Ustedes no tienen idea sobre la cantidad de cafés que todos los que dieron vida a “Cauce” se tomaban a diario, de mañana y tarde, los años que Antonio Flores Ramírez, Rafael del Río, Pepe Rodríguez, Alonso Gómez, el ingeniero Juan José González, Pablo C. Moreno, Juan Antonio Díaz Durán, Enrique Mesta, Federico Elizondo Saucedo y otros se tomaron tanto en el pequeño café de la calle Cepeda como en el gigantesco de Demetrio y Lambros, frente a la plaza por la Valdés Carrillo. Y eso que muchos no lo acostumbraban antes de aquello, y lo dejaron cuando el grupo se dispersó.

Tomando café en la oficina de Donaldo Ramos Clamont, antes de ir a la mía, porque a las siete de la mañana ya estaba Donaldo en la suya, fue que salió a la plática la difícil situación que pasaba la Cruz Roja y la idea del “Pa-Pro” y su primer sorteo, para ayudarla, como se hizo.

Haciendo lo mismo, aunque a hora más tardía, y estando don Pedro Valdés presente, surgió la idea de El Quijote de la Colón, porque yo había visto otro igual en San Luis, se los contaba a don Pedro y a Donaldo, y fue entonces que le pedí a don Pedro que me acompañara a visitar a quien estuviera como cabeza de la Colonia Española para pedirles que donaran uno igual a nuestra Ciudad. Don Pedro me dijo que lo dispensara, que no podía acompañarme porque acababa de pedirles para la construcción del Parque España, pero, que, con todo gusto, él lo donaría. Y ahí está, con el agregado, de que otro día, frente a otra taza de café, me dijo: “Emilio: El Quijote está muy solo; encargue al mismo escultor, que haga a Sancho; yo lo pago”. Cosas del café y, claro, de gente como don Pedro. Pero, el café siempre ha hecho maravillas como éstas, y mientras el café se tome, en los cafés o en las oficinas, tales esfuerzos y tales generosidades seguirán ocurriendo.

Los laguneros son una especie diferente. Paradigma de su clase es Arturo Rodríguez Meléndez que a principio de año regaló a nuestra ciudad la hermosa escultura de “El Herrero” que ya embellece uno de los jardines de nuestra Ciudad Industrial; gestos como éste se irán dando, estoy seguro, según se vaya acercando el Centenario de Torreón. Así sea.

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