La vida es un ir y volver hasta el día que el ir es a otra parte. Llegamos de un sitio que no sabemos cuál y eso nos frustra toda la vida, porque jamás podemos platicar de lo que allá hicimos y fuimos, de la misma manera que un día iremos, quién sabe a dónde dejando aquí todas nuestras vanidades.
Sabemos que esto que llamamos tiempo es parte de una eternidad de la cual nuestra vida es parte, pero nos hacemos locos y tratamos de convencer a otros de que no es así, que nuestra vida es una cosa y otra la eternidad. Pero, no: la cuna, la cama, la fosa, todo es uno y lo mismo, parte de eso que llamamos vida, nuestra vida, que es parte de lo eterno.
Eso que llamamos vida puede ser esplendorosa o miserable, vivida bien vivida, es decir, gozada y padecida, o arrastrada sin saber qué hacer con ella.
A veces pienso que, si al final hemos de olvidarnos de todo, de la misma manera que hemos olvidado lo que hicimos, porque algo haríamos antes de que nos decidiéramos a venir aquí, o de que Alguien nos mandara, bien pudiera haberse buscado la manera de hacérsenos aparecer aquí como de treinta años, con toda esa sabiduría y no de cero para desperdiciar tantos años en llegar a saber lo que a esa edad sabemos y a saber, también, que vamos a olvidarlo un día de golpe.
Acabo de recibir unos renglones de Rafael, de uno de los Rafaeles de mi vida. No de mi compadre, el altísimo poeta, ni de Rafael, el hijo que se me fue casi apenas encarnado, acaso porque él sí recordó a tiempo y no le gustó dejar aquella modalidad de la eternidad donde estaba y no le gustó de primera ojeada; no de ellos sino del que se crió con mis hijos y se tiene por mi hijo espiritual.
Hace algo más de veinte años que se fue a buscarse a sí mismo. Anduvo en la India, donde van a buscarse muchos perdidos, para asentarse más tarde en Canadá a una abierta de ojos de las Cataratas, donde, con su esposa y sus hijos, a quienes no conozco, rumia recuerdos y “practican el bello y a la vez complicado oficio de vivir”.
Los renglones que digo, dicen: “Y es que el paralelo y simple oficio de existir equivale llanamente a respirar y alimentarse... pero, vivir implica alma, corazón, voluntad y disciplina”.
Con todo eso hacemos soportable este trozo de eternidad que llamamos vida y que es la nuestra, pero, también, la de otros y que a veces llegamos a amar, como si nunca fuéramos a olvidarla. Cuando nos damos cuenta de que esto último es imposible, es que nos esforzamos de una manera para hacer algo que prolongue nuestro recuerdo al emprender ese viaje, no último, pero sí más largo, mucho más largo que los demás que recordamos, porque siempre habrá otros en nuestro pasado olvidado que, sencillamente no recordamos.
Y dispensen hoy mis lectores.