Que la historia se repite es algo de lo más cierto que se haya dicho. ¿De qué otra manera, si no, Flaubert se hubiera atrevido a escribir en el siglo XIX: “El porvenir es lo peor que hay en el presente”? Seguramente fue porque algo que iba a concretarse para cambiar el futuro estaba sucediendo, de la misma manera que hoy vivimos esta angustia mundial de una guerra anunciada a diario y a diario aplazada.
Escribo estos renglones precisamente “El Día del Amor y la Amistad” en el que he notado que todos los que se felicitaban por tal motivo, no dejaban de comentar la tristeza de esa desavenencia que vuelve a hacer que el mundo, quiera o no quiera, se divide en dos, y esto algo opacaba la alegría del ideal que se festejaba.
Desgraciadamente Bush quiere vengar la afrenta que su país sufriera siendo él su presidente, y para vengar tal humillación no le importa pasar por encima de las organizaciones que Norteamérica misma contribuyera a crear para mantener la paz. Sin embargo, en esta ocasión muchos son los que se oponen, no precisamente a los Estados Unidos de Norteamérica ni a su presidente, sino al horror de la guerra, porque todavía viven muchos de los familiares de aquellos que pagaron con sus vidas la de Vietnam. He tenido la oportunidad de estar en Washington, en el lugar mismo donde está la piedra de mármol negro que registra los nombres de todos los caídos, y he visto llegar a los deudos en busca de sus nombres que, al localizar acarician tiernamente con la yema de sus dedos, a donde se les va el corazón.
Cada vez que una guerra se ha terminado, el mundo respira y todos los gobiernos abrigaron esperanzas de que era la última. Sin embargo, con el paso del tiempo se prueba que los hombres no pueden vivir en paz. Porque la paz crea los intereses o las necesidades, y aún la conveniencia que obliga a los hombres a dirimir con las armas sus desavenencias, para lo cual se toma como pretexto lo que sea, porque para las guerras todo es aprovechable, lo que no sucede con la paz.
El mundo jamás ha estado totalmente en paz. Por algo las armas son un negocio en él, y bastante bueno. Los países poderosos las adquieren para serlo cada vez más, los débiles por la creencia ridícula de que con las armas podrán defenderse de las ambiciones de los poderosos. ¿Cuántos siglos ha mantenido sus guerras Medio Oriente?
Las guerras en el mundo no terminarán sino cuando alguno de los desavenidos o provocados, teniendo la fuerza necesaria para vengarse, decida no hacerlo. Y eso, usted y yo no lo veremos, y quienes nos siguen posiblemente tampoco.
Lo que hoy parece buscarse es que, de alguna manera, todos vivamos la angustia de esta guerra que, día más, día menos, indudablemente sobrevendrá y cuya declaración se viene manejando de tal manera que las esperas, y la seguridad de que acontecerá viene haciendo al mundo sufrir el dolor de su realidad imaginando la terrible masacre que representan las armas que por uno y otro lado serán usadas.