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Pequeñeces / Los niños

Emilio Herrera

Lo malo no son los tiros, a los tiros se nos viene acostumbrando casi desde que apareció el cine. Porque, hasta eso, su infancia fue inocente: toda ella de caídas y pastelazos, hasta que llegaron sus monstruos: Chaplin y Keaton, dicho esto en el sentido taurino en que lo fueron un José, un Gaona , un Manolete o un Juli.

Cuando al público de los cines no le bastó con los dos rollos de las películas de Mack Sennett, ni los dramas de los cómicos en más, fue que aparecieron en la pantalla los vaqueros con sus caballos, que a veces gustaban más que ellos, y sus pistolas de cinco balas que en ocasiones eran capaces de tirar de una sola vez hasta cincuenta, con tal de que los malos no volvieran a aparecer a robarles cámara.

Y así fue como el pum, pum o el bang, bang, cada quién según su oído, de las pistolas se fue apoderando del gusto de los cinéfilos, que cada día más pedían mayor número de disparos en las películas. Y más todavía a partir del cine sonoro. Cintas sin disparos duraban poco en la cartelera. Alguna ha habido en la historia del cine, cuyo único argumento son los tiros.

Hubo una época en que las películas de los pistoleros y sus mafias se apoderaron de la pantalla. Fue para siempre. Las espadas no fueron en ellas sino un intermedio. Y tantos años de familiaridad con las pistolas, los tiros y sus consecuencias han dado al hombre una total intimidad con el drama y la tragedia de la muerte.

Así, los noticieros que hoy meten diariamente a la guerra en todos los hogares del mundo, con las excepciones necesarias para confirman esta regla, son de lo más normal. Los bum, bum, y los bang, bang, de hoy hacen, por supuesto, mucho más ruido que aquellas, casi inofensivas pistolitas de los héroes primitivos de las películas del oeste, pero, ninguno de ellos ni su coro son capaces de quitar el sueño a los televidentes, que lo único que se siguen preguntando es por qué Bush, pudiendo cumplir lo que al principio dijo a los suyos, eso de poder terminar esta guerra en pocos días, no lo ha hecho, y en lugar de ello ¿la prolonga de intento pretendiendo, acaso, ver postrado a sus pies a Hussein hecho un cagueta? No sería raro en una mentalidad como la suya. Pero, sería más que criminal. Está bien la destrucción de edificios, cuya reconstrucción ya se pelean varios países; y está bien que en esta guerra, como en cualquiera otra, mueran los jóvenes de ambos lados, pues el propio Herodoto lo observó en su tiempo: que la diferencia entre la paz y la guerra era que en aquélla los hijos enterraban a los padres, mientras que en la guerra son los padres los que dan sepultura a sus hijos.

Pero, en esta guerra se ha ido más allá de este drama, pues las armas del invasor por inteligentes que sean anunciadas, no son todavía capaces de seleccionar a sus víctimas y se ceban por igual en soldados que en mujeres y, lo que es peor, en niñas que apenas comienzan a descubrir lo que es la vida, estudiantes de escasos diez años, a una de las cuales han dejado sin pies, y en bebés a quien quitan su madre en el momento mismo que le daba de mamar. ¿Es que acaso el señor Bush no se entera de todo esto? ¿Es que, de propósito, evita leer los diarios, como todo el mundo lo hace, durante el almuerzo? ¿Es que no tiene hijos o nietos pequeños? Porque si los tuviera pensara en ellos y terminara con esta guerra cuanto antes, que es hoy. Claro que el otro también puede hacerlo rindiéndose; pero como el otro es un hombre malo, no lo hará. El que puede hacerlo es él, que la empezó. La diferencia entre lo que padeció y lo que hace padecer está en su diariedad, en su repetición, que implica crueldad. Se entiende la venganza, pero, no hay que olvidar que tiene sus límites.

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