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Pequeñeces/Quedarse en casa

Emilio Herrera

Hemos sido, por necesidad, un pueblo aislacionista. Nuestros señores presidentes, a pesar de sus ganas, que las tendrían como todos, y a pesar de Alemán que viajó un poco, a pesar de López Mateos, que hasta se ganó el mote de viajero, y a pesar de los que en la Reforma, antes de serlo se iban, por necesidad, al otro lado igual que cualquier bracero, a nuestros señores presidentes les ha gustado realizar el trabajo presidencial, y si no había una absoluta necesidad, como la que tuvo Calles al ir a Espinazo, Nuevo León para visitar al Niño Fidencio en busca de salud, no viajaban. Lo hizo porque le quedaba cerca, dentro de su propio país. Necesidad fue, también, la que le llevó fuera de la frontera nacional, se llamaba Cárdenas. En fin, que nos iba bien siendo caseros.

Por cierto, nuestros buenos vecinos, esos que dejan decir a los suyos que sólo para oír nuestra opinión sobre el asunto de la guerra inminente, no vale la pena quedarse en ninguna reunión, tampoco eran viajeros, y cuando a algunos les dio por viajar y quedarse en Texas, prefirieron hacerse de ella, para que no perdieran el espíritu casero. Pero, un día, entraron a la guerra europea, a la del 14 al 18, sacaron lo suyo y se aficionaron a ella, de tal manera que estuvieron en la segunda, y ahora hasta las promueven. Y así como Aníbal puso su campamento ante las puertas de la ciudad de Roma, ahora ellos ya tienen puesta parte de su poderosa fuerza aérea bajo los azules cielos de Iraq.

Pero, en fin, eso son ellos, nosotros ¿qué ganamos saliendo de casa? Sólo dar lástima y ganar epítetos que, por ejemplo, en el caso de Fox, no se merece. Porque, nuestro Presidente, puede ser todo lo que se quiera, pero no lo que le gritaron en Berlín. Allá se fueron de la boca.

Pero, ojalá eso le haga recapacitar y reconocer a nuestro señor Fox que el mejor sitio para él en el futuro, durante el tiempo que le queda para cumplir su encargo, es el de sus oficinas de Los Pinos o Palacio.

La labor que viene haciendo en esos viajes, tratando de convencer a los inversores para que traigan su dinero a México, podría haber sido muy buena en aquellos tiempos en que las noticias tardaban en llegar meses o años, pero no ahora, cuando lo que él dice puede llegar a ser totalmente diferente a la realidad que muestran a todo el mundo, en ese mismo momento los noticieros televisivos mexicanos, o norteamericanos o de cualquiera otra parte del mundo libre.

Lo que son las cosas. Nosotros lo que sentimos ahora es que nos falta un señor Presidente que, sin sus extremos, como Felipe II, casi sea un burócrata dando todo su tiempo, y su inteligencia, a los problemas de la patria: que los conozca de “pa a pe” y que resuelva las cosas según le parezca, pero que las resuelva. Los problemas y las soluciones, si las tienen aquéllos, están aquí y no en otra parte. Para buscar soluciones a los problemas del campo, ¿qué necesidad tenía de esperar hasta que 50 mil campesinos organizaran una marcha espectacular?

Lo que se busca en nuestras campañas políticas y en nuestras elecciones, y lo que él mismo buscó en ellas fue la famosa silla que ganó.

Pero, ¿para qué? ¿Para no usarla, usando en su lugar aviones, hoteles y la palabrería consecuente que a nada nos ha llevado hasta ahora? No ha sido congruente consigo mismo. Para serlo, vale la pena que pruebe a quedarse en casa. Con ello acaso consiga lo que perseguía: salvar a México.

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